Escrito remitido por un agente no identificado
Barakaldo, 22 may 2019. Sirva esta carta como ejercicio expiatorio, carta epistolar o de purgar pecador (propios y ajenos) de más de tres décadas en el ejercicio de mis funciones en el seno de la Policía Municipal de Barakaldo. Ya es hora de ajustar cuentas con unos cuantos sinvergüenzas y, por otro lado, alabar el ingente trabajo realizado por la mayoría de compañeros en años y años de profesión 'alguacilera'. Ahora, que me busquen y expedienten por esta carta, si pueden.
Cuando entramos, teníamos un alcalde —Josu Sagastagoitia— que era una buena persona, educado, amable y que te saludaba afectuosamente si te encontraba por la calle o en la casa consistorial. Nada que ver con otros posteriores, aunque Orrantia fue un buen tipo amable, pero que se negó durante su mandato a aumentar la plantilla y eso que éramos cuatro gatos en unas dependencias minúsculas.
Salimos en esos comienzos con un 'talkie' para cada dos e incluso teníamos que utilizar el transporte público para desplazarnos a los barrios. Era todo muy —cómo decirlo— en plan aficionados.
Lo más duro fue sufrir la muerte por el asesinato de nuestro jefe a manos de ETA. Era un tipo hosco, pero que nos defendía a capa y espada delante del mismísimo alcalde si hacía falta. Eso sí, era autoritario, pero con cierta retranca, que no sabías por dónde te podía salir.
En esa época teníamos un horario —por así decirlo— horrible. Trabajábamos muchísimos días al mes y las libranzas eran escasas. Menos mal que se fue mejorando con los años.
Luego vinieron promociones son savia nueva y gente joven con muchas ganas, algunos demasiadas, y con ardor guerrero que, para bien o para mal, cambiaron el modo y las formas de trabajar en la policía de Barakaldo.
En años posteriores sufrimos la soberbia de alcaldes socialistas que ni te decían los buenos días, como Tontxu Rodríguez, o el concejal de Seguridad Ciudadana Manolo Asensio, que consiguió con su chulería y prepotencia dividir a toda la plantilla.
Lo que nunca cambió fue la minoría que estaba todo el día de baja, para compaginar otros trabajos. Existe un dicho, y es que todos los males se curan a los seis meses, ya que ese es el tiempo que se recibe el 100% del salario y a partir del medio año de baja sólo se ingresa el 80%. Por eso, algunos y alguna caradura se tiraron casi toda su vida laboral trabajando uno o dos meses al año y cogiendo baja tras baja. Y, repito, gracias a Dios, esos eran sólo una puñetera minoría. Durante décadas, fueron muchos lo que merecieron expedientes y se libraron.
La primera medida que tomó el PNV —Amaia del Campo— cuando entró al poder fue quitar de los turnos operativos a unos afiliados a un sindicato, para que sólo trabajaran de lunes a viernes. Eso se tradujo en acuerdos bajo mesa posteriormente, que muchos callaron.
Y es que esta ciudad ha conocido la mayor cota de degradación en cuanto a seguridad en este último mandato. Se necesitan 170 o 180 agentes y un mínimo de siete patrullas en la calle en cada relevo.
Me enorgullece ver que la mayoría de la plantilla que queda son hombres y mujeres en su inmensa mayoría cumplidores de las cosas.
Suerte en los años venideros y ahí queda ese marrón.