por María José Cantalapiedra
"Sorprende un poco que dos adolescentes actuales hagan trompos. Es como ver a los niños, perdón, 'txikis', jugar a las chapas" |
En aquella adolescencia por estos lares hacer trompos era una habilidad reconocida en el entorno y que daba puntos para situarte en la escala social de la época. No es asunto menor que había espacios abiertos, hoy atestados, para hacerlos. En los pueblos, donde los muchachos aprendían a conducir mucho antes de ir a la autoescuela, y de hecho manejaban tractores a muy temprana edad, lo de los trompos era fuente de diversión y servía lo mismo para mejorar la imagen ante los amigos que para cortejar a las chicas.
Sorprende un poco que dos adolescentes actuales hagan trompos. Es como ver a los niños, perdón, txikis, jugar a las chapas. Algo fuera de lugar, anacrónico, un pliegue en el tiempo y en el espacio, una serie de televisión donde los protagonistas se equivocan de adolescencia. Esa sensación se refuerza cuando la crónica detalla que el coche, robado, tenía la puerta forzada y un puente hecho. Un puente. Sólo hacen puentes los personajes de películas del siglo pasado, como la emblemática Yo, el Vaquilla, dirigida por José Antonio de la Loma en 1985. En la vida real, los coches de nuestro siglo no se dejan hacer puentes, hay que llevarlos al concesionario correspondiente para poder robarlos. Sin duda los protagonistas de esta historia se han equivocado de adolescencia. Lo suyo sería estar diseñando un videojuego donde simular puentes y trompos.
.