por María José Cantalapiedra
Las goitiberas de Rontegi son nostálgicas. Remiten, si has pasado tu infancia en Barakaldo, a niños con el pelo despeinado, las rodillas sucias y la ropa, en muchos casos, heredada de los hermanos. Descienden en el recuerdo hacia tiendas de ultramarinos donde se podía comprar de todo y se podía dejar a deber. El sistema para registrar el balance de cuentas de las habitualmente mujeres que realizaban la compra era muy sofisticado: un cuaderno y un bolígrafo posados sobre una caja registradora que no sabíamos que era
vintage.
Nunca tuve una goitibera. En el recuerdo eran los niños, escasamente las niñas, quienes construían una, o a quienes se les construía, para que, montados en ella, bajaran las cuestas lo más rápido posible. Intrépidos y temerarios ellos, con el pelo hacia atrás y envueltos en el ruido de los rodamientos. Unos y otras pasábamos mucho tiempo en la calle, íbamos solos a la escuela, llevábamos a nuestros hermanos pequeños de la mano, no hacíamos extraescolares, o escasamente, y si las hacíamos no nos acompañaban.
Ver a los niños bajar en las goitiberas era genial. Daba un poco de envidia, pero también un poco de miedo, y además las madres nos habían dicho que ni se nos ocurriera, que podíamos caernos y hacernos una avería. Y con las faldas se nos veía todo. Las faldas han sido un obstáculo para muchas cosas. Goitiberas que resbalan bajando por Rontegi mezcladas con juegos como la cuerda, la goma, el hinque, campo quemado, chorro morro, el pañuelito o los cromos en un tiempo que transcurría despacio y previsible, donde los niños éramos más libres.
Aunque la relación con los padres se desarrollara en un plano más jerárquico teníamos mucha más libertad de movimiento, y nuestra familia era menos conocedora de la vida que transcurría fuera de casa, que además era un trozo de vida más grande.
Éramos más libres y al mismo tiempo más mansos. Las clases tenían 40 niños, a veces más, con los que la maestra (en el recuerdo es mujer) lidiaba sin problemas. Los padres casi nunca interferían en nuestros deberes escolares y, aunque deseaban que llegáramos a la magnificada universidad, aceptaban sin hacer mucho escándalo las premoniciones, a veces brutales, de dicha maestra sobre nuestro futuro como estudiantes.
Goitik behera la infancia se ha llenado, en no pocos casos, de dificultad y se ha vaciado de independencia.