por María José Cantalapiedra
"La pobreza escandaliza menos en Barakaldo de lo que escandaliza en otros municipios que sienten orgullo y no vergüenza de sí mismos" |
En Barakaldo hay personas que duermen en los cajeros, una estampa real y simbólica de la desigual distribución de la riqueza. Se pregunta Juan, el vecino que envía la fotografía, por qué ocurre esto si hay un albergue en el polideportivo de Lasesarre, cuya función es, precisamente, que las personas sin hogar puedan dormir a cubierto. Se pregunta también por qué en otros municipios hay educadores de calle que atienden a estas personas informándoles de las soluciones que ofrecen las Administraciones públicas.
Quizás Barakaldo tiene un problema de autoestima. Quizás su reputación anacrónica de anteiglesia fabril habitada por obreros provenientes del éxodo rural, sin estudios universitarios, sin apellidos compuestos ni precedidos de un artículo determinado plural, sin eso que llaman inquietudes intelectuales y sin, por tanto, el resultado que la suma de los elementos enunciados —que no es otro que la aspiración natural a tener una buena vida— provoca que la pobreza le escandalice menos de lo que escandaliza en otros municipios que sienten orgullo y no vergüenza de sí mismos.
No deja de ser una hipótesis. Pero lo cierto es que Barakaldo debería sacudirse ese vaho de desprecio por sí misma que aún la acompaña, que deje de verse reflejada en los ojos de quienes practican una jerarquía social retrógada y trasnochada, y se escandalice de que algunos de sus vecinos tengan que dormir en la calle. Y se escandalice de que sus bibliotecas tengan goteras, o de que sus escuelas no dispongan de las infraestructuras necesarias, o de cualquier hecho que violente el principio de igualdad y limite las posibilidades de sus vecinos de aspirar a una buena vida.