En muchos casos, la exigencia de euskera no era el motivo por el que un funcionario con plaza en el País Vasco decidía pedir el traslado en ese éxodo de los años noventa. Miguel es profesor de Historia en un centro de Secundaria de Santoña. No quiere que aparezca su apellido. Tiene 55 años y estuvo 18 dando clases en institutos de la capital vizcaína. Vive en Barakaldo. Destila desencanto, hasta rabia. Tampoco culpa a la lengua de su marcha. «No me gustaba el ambiente. Yo simplemente hice lo que nos aconsejan los nacionalistas vascos a los que no están de acuerdo con ellos: ¡Iros a España! Pues me fui».
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