por Juan Lamadrid
"En el Ayuntamiento, los 27 'estudiantes' campan a su anchas y pueden hacer lo que les venga en gana sin esperar al recreo" |
En este curso político, a diferencia de lo que ocurre en cualquier colegio, no hay un profesor o profesora —o un maisu o andereño— que tenga que aguantar a los malos y revoltosos estudiantes. Aquí, en el Ayuntamiento, los 27 estudiantes campan a su anchas y pueden hacer lo que les venga en gana sin esperar al recreo. A fin de cuentas, las notas finales no las van a recibir hasta mayo de 2019, cuando los sufridos ciudadanos tengan que volver a vérselas con las urnas.
Tampoco hay nadie que llame a sus padres y madres —o aitas y amas— para informarles de sus progresos, de su actitud ante los compañeros, para advertirles de que van por el mal camino o para felicitarles porque tienen un porvenir luminoso por delante. Nadie mandará a sus familias ese papelito de notas con un “progresa adecuadamente” o un “necesita mejorar”.
Al igual que en cualquier colegio, algunos alumnos-políticos deberán ir a clases de refuerzo para tener más oportunidades en los exámenes. Luego llegará otra vez el final del curso y será momento de evaluar los resultados de los alumnos-políticos. Habrá que ver qué tal les ha ido en deporte, en cultura, en servicios sociales, en infraestructuras, en euskera, en juventud, en promesas —cumplidas, incumplidas y realizadas— y también habrá que valorar su comportamiento durante el curso político.
Aquí, si repiten lo de los últimos plenos, con insultos y falta de respeto a los compañeros de clase, seguro que se llevan un muy deficiente, porque el salón plenario cada mes se convierte en un auténtico patio de colegio con los clásicos ‘y tú más’. Y es que nuestros políticos son como niños.