por María José Cantalapiedra
"Anaconda ha sido también de los pocos motivos que ha atraído a Barakaldo a jóvenes y no tan jóvenes de otros municipios" |
Anaconda ha sido también de los pocos motivos que ha atraído a Barakaldo a jóvenes y no tan jóvenes de otros municipios. El local ha tenido distintas épocas en las que ha formado parte de la ruta cambiante que se establece, con criterios un poco imprevisibles, para la fiebre del sábado noche.
Es también la memoria viva, a punto de convertirse en recuerdo estático, de cómo se ha acompasado Barakaldo a la evolución de la sociedad en los últimos 44 años. Sus paredes recogen, mejor que cualquier hemeroteca, la forma de relacionarnos, fundamentalmente cómo ha sido la amistad, cómo el amor, en las últimas cuatro décadas. Si José Luis Perales preguntara en Barakaldo “¿en qué lugar se enamoró de ti?” y “¿a qué dedica el tiempo libre?” muchos responderían se enamoró de mí en Anaconda y dedica(ba) su tiempo libre a ir a esa discoteca.
Al ritmo de músicas diferentes, con el pelo cardado o mechas californianas, con los clásicos vaqueros Levis o pantalones pitillo, con aquellos teléfonos para comunicarnos dentro de la discoteca o las actuales redes sociales, Anaconda ha sido un centro de relación social muy importante en la anteiglesia fabril y en la no fabril. En uno y otro caso fue escenario de momentos febriles, en sus pistas, sus sillones, sus barras. Despedidas de solteros y solteras, cotillones de Navidad, encuentros de juventud y reencuentros en la madurez. Una fábrica de recuerdos. Esta fábrica también cierra.