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Opinión | El 'euskara'


por María José Cantalapiedra

Eres de Barakaldo si casi siempre el euskera es un aprendizaje y es una declaración. Ambos constantes. Eternos. Insuficientes. Un largo e inacabado peregrinaje, como los héroes clásicos o de cómic, héroes al fin y al cabo, por aulas y más aulas, con polvo de tiza o con sistemas audiovisuales interactivos. Lo mismo da. Aprehender el nor-nori deja la mente abierta, esponjosa, ávida y comprensiva, quién lo iba a decir, con aquello que decía Wittgenstein —un año tras otro en el Bachiller— de que el lenguaje era una jaula.



Potenciales y condicionales se fundieron para formar los barrotes aproximadamente en sexto curso. Con independencia del euskaltegi escogido. Y tantos y tantos barakaldeses, nacidos al amparo de la década de los sesenta y también setenta, quedaron atrapados en ese curso y en su balbuceo.

Y ahí siguen, tras sus pupitres, repitiendo hasta el final de los tiempos ni Barakaldokoa naiz y ni Barakaldon bizi naiz, al tiempo que declaran su gozo inmenso e impagable por tener la fortuna de vivir en una tierra donde existe no ya el nor-nori, sino también el nork-nori-nor, y poder destinar a su aprendizaje no menos de un tercio de su vida. Qué hermosa lengua, exclaman.

Ellos, ellas, suspendidos en el tiempo en un aula en sexto curso, envían a su prole a colegios bilingües, donde el nor-nori sea una intuición y no una tabla de sujetos y objetos indirectos. Uno siempre quiere para sus hijos una vida mejor. Y suspiran, aliviados, en su sexto curso eterno, avistando para sus descendientes un futuro lleno de perfiles lingüísticos.

Además, declaran, el estudio bilingüe es bueno para el cerebro. Como el ginseng. Mas los hijos, en más ocasiones de las esperadas, se dan de bruces contra la llamada atariko proba, la primera prueba de ese título llamado EGA, niños y niñas que nunca vieron pájaros sino txoriak surcar los cielos, ante la emoción familiar, y sin embargo repiten el destino incierto de sus padres: el euskaltegi. Otro tercio de vida.

Y sin embargo, toda la entrega al nor-nori de dos generaciones consecutivas, noches de indicativo y días de subjuntivo, recitales de aditz trinkoa, no es suficiente. Tampoco acompañar esa entrega de declaraciones más o menos exaltadas de amor al euskara, de reconocimiento a su valor, de hondo pesar por su debilidad, de apoyo incondicional a su supervivencia, impide, evita, que una sombra circunde el esfuerzo barakaldés.

El aprendizaje, la declaración, constantes, eternos, son insuficientes. En esta margen el río lleva entre el agua un reproche que fluye y penetra la tierra, un sedimento fluvial de desconfianza, Barakaldokoa zaraaaa.