por Mariela Estévez Campos | Fotos: Matías Karrillo
Su madre le dijo cuando tenía 18 años: “Hay hijos que vienen con un pan bajo el brazo, tú con la maleta y el pasaporte”. Y la barakaldesa Susana Díaz Álvarez (1979) sigue todavía haciendo honor a esa sentencia materna. Por eso dejó sus estudios de enfermería para seguir la llamada del mar y por eso recorre el mundo como oficial de barcos mercantes en un trabajo que es su pasión. Ha hecho parapente en Sopelana, ha navegado en kayak en la Antártida, ha practicado la escalada, el descenso de barrancos y la
vía ferrata, y le encanta caminar por el monte y patinar. Ha bailado tangos en Argentina y cuando no está embarcada se viste de la comparsa
Nafarroako Etxea de Barakaldo, de la que forma parte. Pero de vez en cuando hace un alto para acurrucarse en un sofá con una taza de té y un buen libro y nunca se pierde la retransmisión del
Concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena".
Compara la vida en el barco con un ‘
Gran hermano’ sin cámaras y lleva con inteligente paciencia la hostilidad de una parte del empresariado del sector y de algunos compañeros hacia las mujeres. Teme tanto a los piratas del mar como a los de tierra y el poco tiempo que como tripulante de un petrolero pasa en puerto —entre otras razones— le impide cumplir el viejo tópico de que los marinos tienen un amor en cada puerto.
Se autodefine como una todoterreno y explica: “Escribir un poema me costaría mucho, la prosa menos y me gustan los deportes de aventura, pero con el nivel de riesgo suficiente como para poder volver y contarlo”.
Pregunta. ¿De pequeña soñaba con barcos?
Respuesta. De pequeña y después también soñaba con todo lo que supusiera descubrir y conocer lo que no se encontraba en mi entorno. Ahora todo está a un click pero, cuando yo era pequeña, lo lejano parecía inalcanzable y a mí me encantaba pasar adelante y atrás las páginas del atlas del cole soñando cómo sería estar en cada uno de esos países. Llegar a la Antártida y ver los pingüinos in situ fue un gran sueño que se forjó durante años y se hizo realidad en febrero de 2011.
P. ¿Qué respondía cuándo le preguntaban qué quería ser de mayor?
R. Siempre decía que médico forense. Aún no sabemos de dónde saqué esa idea. ¡Tenía seis años! Me fascinaba ver lo que había dentro de todo —el pescado o el pollo— o cómo funcionaban las cosas —un juguete o la manilla de la puerta—. A los nueve años quería ver las estrellas y, por error, pedí un microscopio en lugar de un telescopio que, a pesar de ser un chasco al romper el papel, se convirtió en un gran amigo y no quedó en casa nada que no pasara por él.
P. ¿Cuándo decidió cuál iba a ser su carrera?
R. Después de selectividad me quedé a las puertas de medicina —me faltaron tres décimas— y en mi inquietud rondaban los barcos y los estudios de enfermería. Me decanté por la última por estar relacionada con el mundo sanitario y cursé el primer año. Antes de terminar, en mayo, un día en clase me pregunté “¿qué hago yo aquí?”. En mi cabeza sonó la alarma general y me di una semana de plazo. Y volvió a sonar. Con 20 años necesitaba movimiento, los barcos me llamaban y les hice caso.
P. ¿Su familia está relacionada con el mar?
R. No hay tradición náutica en la familia. Soy lo que se denominaría un 'satélite’. Aunque sí puedo decir que mi ama se ha criado entre barcos en Axpe, pero yo no he vivido nada de aquel entorno de mercantes y pesqueros.
P. ¿Qué dijeron en su casa cuándo planteó que quería ser marina?
R. Cuando dije que abandonaba enfermería mi padre suspiró porque no comprendía que quisiera trabajar en un hospital y aún recuerdo la mano de mi madre agarrando con fuerza el reposabrazos del sofá en silencio. Cuando añadí que quería estudiar náutica, mi padre no suspiró y dijo “ese es un mundo de hombres”. “Pero si ya sabes cómo soy, eso no me importa”, respondí. Creo que mentalmente mi madre dio un gran salto, de disgusto claro. Las notas en enfermería eran buenas, pero hoy en día es feliz porque me ve feliz, sabe que me encanta mi trabajo.
P. ¿Qué recuerdos guarda de sus tiempos de estudiante en Barakaldo?
R. En general, guardo un bonito recuerdo. Huelga decir que hubo distintas etapas, pero siempre miro con añoranza aquellos años. Al fin y al cabo crecí con las mismas personas desde los seis hasta los 18 años. Recuerdo nombre y apellido de los 24 que comenzamos y pienso mucho en cómo les irá la vida. Deseo que bien.
P. ¿Dónde estudió?
R. Antes de comenzar párvulos estuve un año en la Ikastola Alkartu. Transcurrido ese periodo pasé a Santa Teresa y después comencé la EGB inaugurando Ibaibe Herri Ikastetxea. Bachiller y COU los hice en el Instituto Beurko III. Todo en Barakaldo.
P. ¿Qué países ha recorrido?
R. A los 18 años me puse muy pesada en casa con que quería ir a trabajar a Inglaterra. Mi ama me dijo: "hay hijos que vienen con un pan bajo el brazo, tú con la maleta y el pasaporte". Siempre me río al recordar esto. No he cambiado. Viví tres meses en un pueblo llamado Burnham trabajando como camarera en un bonito hotel victoriano. El año siguiente repetí. Guardo grandes recuerdos. La lista de países visitados es larga. He estado en todos los continentes, incluso en la Antártida.
P. ¿Cómo es la vida en un barco?
R. Es como un ‘Gran hermano’ flotante pero sin cámaras y conviviendo con los compañeros de trabajo y jefes. Por lo tanto, a veces es tranquila y otras es ácida. Varía mucho en función de quién esté a bordo. Lo más importante, sobre todo en el caso de los oficiales de puente que trabajamos a guardias, es saber pasar tiempo sola ya que vives un poco en paralelo al resto de la tripulación.
P. ¿Cuánto tiempo se dedica al trabajo y cuánto al ocio?
R. Yo hago la guardia desde medianoche a las 4.00 y desde las 12.00 hasta las 16.00 horas. Es decir, ocho horas en total más un par que se dedican a las tareas que cada uno tenemos asignadas además de la guardia de navegación. El barco es una ciudad en continuo movimiento —no hay festivos— que sacamos adelante entre todos: papeleo de gestión, sistemas de seguridad y contraincendios, el botiquín-hospital, pedidos de comida y repuestos para mantenimiento, entre otras muchas cosas.
P. ¿A qué se dedica en los ratos libres en las travesías?
R. La lectura y las películas son los grandes aliados a bordo. Cuando soy más fuerte que la pereza, voy al gimnasio —no voy a decir quién gana con más frecuencia— y el resto es para poner la lavadora, cenar, hablar un rato con los compañeros y descansar, ya que al trabajar a guardias diariamente y no tener festivos, no hay un descanso continuo y eso se nota a medida que transcurren las semanas.
P. ¿Es un sector con posibilidades laborales?
R. Lo es, pero no en nuestro país. No creo que sorprenda a nadie con esto. Las compañías navieras de aquí tienden a desaparecer, pero también digo que un marino mercante no puede tener fronteras psicológicas. Tenemos una profesión internacional y no se debe huir de los barcos compuestos por tripulaciones multinacionales. Así que a los futuros marinos les digo “aprended inglés” porque es vuestra llave maestra.
P. ¿Supone una dificultad añadida ser mujer?
R. Me encantaría decir que no. Existen compañías que ni siquiera contemplan la posibilidad de contratar mujeres y, desgraciadamente, hay hombres que además de no gustarles las mujeres en el buque te lo comunican por activa y por pasiva haciendo que la campaña a bordo resulte menos fácil. Siempre he dicho que hay parte de una generación contra la que no voy a luchar, la actual la extingue. No puedo omitir que, en mi experiencia, la gran mayoría de ellos y las pocas mujeres con las que he coincidido me han cuidado muy bien.
P. La fama de tener un amor en cada puerto, ¿se aplica también a las marineras?
R. Ja, ja, ja, ja Hoy en día las estancias en puerto son muy breves —apenas un día— y nos acosan las inspecciones, por lo que rara vez hay tiempo para bajar a tierra. ¿He respondido a la pregunta o la he esquivado bien? Ja, ja, ja. Trabajo en un petrolero y realizamos las operaciones de carga y descarga lejos de la costa. Desgraciadamente, podemos pasar la campaña sin pisar tierra o bajar ni una sola vez.
P. ¿Qué echa de menos de la anteiglesia cuándo está embarcada?
R. Hace ya unos años que vivo fuera, así que lo que más me gusta es volver a Barakaldo y recordar momentos cuando voy por un sitio u otro. Mi mayor vínculo, además de los amigos, es que formo parte de la comparsa Nafarroako Etxea. Estos dos últimos años no he podido participar por estar embarcada pero tengo muchas ganas de colaborar este 2014 porque en las fiestas del Carmen lo pasamos y lo hacemos pasar muy bien.
P. ¿Y de la vida en el barco, cuando está en casa?
R. Acabo de desembarcar, así que en estos momentos no extraño nada, sólo quiero estar con mi familia, pareja, amigos y hacer actividades. Dentro de un tiempo el gusanillo del barco empezará a hacerse notar, ahora está latente, pero siempre está.
P. ¿Qué es lo primero que hace cuándo pisa tierra?
R. Una vez fui a la capitanía de Bilbao a sellar mi libreta de marino y Txaro, una adorable trabajadora y conocida, me dijo: “¿Estás de vacaciones?”. “Sí, claro”. “Entonces, ¿por qué llevas reloj?”. Desde ese día, en cuanto desembarco y la lancha se pone en marcha, me quito el reloj y al llegar a casa me encanta ponerme el pijama, preparar una taza de té y sentarme en el sofá a tomarla sin prisa. A bordo se vive pendiente de la hora continuamente, diariamente.
P. ¿Cada cuánto tiempo vuelve a Barakaldo?
R. En vacaciones suelo ir con bastante frecuencia, a pesar de vivir fuera hay cosas que sigo haciéndolas allí y también para ver a los amigos.
P. ¿Dónde son más peligrosos los piratas, en el mar o en la tierra?
R. En tierra visten traje y corbata, son muchos, poderosos y no usan sable o garfio, pero nos asfixian poco a poco. En la mar, lejos del pirata burlón que caracterizaron Burt Lancaster o Jhonny Deep, la piratería es un asunto muy serio y a bordo estamos totalmente desamparados. Somos marinos civiles y no podemos, afortunadamente, llevar armas. La película ‘Capitán Phillips’ refleja perfectamente y sin añadidos que puedan hacer la situación más espectacular, la realidad a bordo cuando se es atacado, el comportamiento de los piratas y un final de partida en tablas porque cierta empatía te hace ver que ellos no tienen oportunidades. Pero no merecemos el sufrimiento y barbaries que llevan a cabo cuando secuestran un barco. Eso es terrible.
P. ¿Y dónde son más hermosas las estrellas?
R. Las noches estrelladas son preciosas en cualquier lugar en alta mar, pero las más bonitas las he visto en el Índico, donde el agua contiene muchas algas que al rozar con el casco del buque emiten luz, así que el espectáculo de una noche estrellada y el agua que circunda el barco iluminada por las algas no tiene parangón.
P. ¿Ha pasado alguna vez miedo en un barco?
R. Miedo no, pero el año pasado en invierno fuimos a Terranova y, en una noche con viento de 55 nudos y fuerte oleaje durante mi guardia, nos quedamos parados y sin máquina propulsora. En estas circunstancias el barco está a la deriva y es como un tentetieso que da grandes bandazos. No pasé miedo. Siempre pienso que todo se va a solucionar. Pero durante un par de minutos me pregunté: “¿qué hago yo aquí con lo bien que hubiera estado de enfermera?”. Los maquinistas lo solucionaron en cuestión de dos horas y media, si no un remolcador tendría que habernos sacado de allí para no terminar en las rocas horas después.