Por José Alonso. El joven barakaldés Jonás Ramalho, con sólo 14 años de edad, está viviendo en primera persona el racismo que existe en nuestra sociedad y que todos/as negamos que exista. Sólo de este modo se puede comprender el
comunicado oficial del Athletic en el que señala: "Son sus cualidades físicas y técnicas las que determinan su ingreso en Lezama y el resto de estructuras dependientes, nunca el color de su piel, ni sus creencias religiosas o políticas".
El club, al pretender que no es racista, lo confirma, como se ratifica en las informaciones periodísticas y los comentarios ciudadanos que dicen poner en duda la juventud de Jonás cuando quieren decir el color negro de su piel. Somos tan políticamente correctos, que imagino —desde la distancia de América— que estos días no se habla de Jonás, sino del jugador "de color", porque ni siquiera nos atrevemos a decir que es negro. Aprovechando que Felipe ha rescatado el calificativo, supongo que no serán pocos/as los imbéciles que hablan de la piel de color.
Una muestra más del racismo y la xenofobia que corre avergonzadamente por nuestras venas es el comentario que se puede leer en Deia: "Un futbolista de raza negra -de madre blanca y padre angoleño- con las mismas posibilidades que cualquier otro chaval de Euskadi. Y es que Jonás es vasco". Viene a decir el cronista que en Euskadi somos tan generosos que incluso dejamos jugar a un negro. Aunque si llega a ser negro y no es vasco, se puede dar por jodido. Pues claro que tiene "las mismas posibilidades". ¿Es que podía ser de otra manera? Sólo plantearlo ya nos tiene que poner a temblar.
"El descendiente de angoleños", dice la periodista. ¡Qué bochorno! Ojalá que Jonás no se sienta nunca avergonzado de su familia a pesar de estos comentarios indecentes que jamás se plantearían para un jugador "blanco". Y esta cronista de Deia se cubre definitivamente de "gloria" con la frase: "La afición rojiblanca parece tener claro que Jonás, aunque sea de raza negra, encaja perfectamente en los parámetros del club bilbaino".
Definitivamente, aunque seamos de raza blanca, tenemos mucho que meditar sobre nuestra actitud respecto a los demás. Es muy probable que descubramos que nuestra corteza de miras es la que nos conduce a ser tan discretamente racistas y xenófobos como somos. Apenas conocemos lo que hay más allá de nuestras fronteras y nos creemos el ombligo del mundo. Así estamos como estamos en tantos aspectos —sí, también los políticos— en esta decadente sociedad vasca.