por María José Cantalapiedra
"Los ladrones de nuestro tiempo estudian en universidades de prestigio o emparentan con familias de prestigio o acceden al prestigioso o desprestigiado poder" |
Nuestro protagonista, en cambio, no planifica en gran medida su atraco. Tal y como recoge la noticia, irrumpió en una sucursal bancaria con un cuchillo y una máscara de carnaval. Un banco en Retuerto. Un ladrón con poco atrezo. Dos empleadas en la oficina que huyeron. Tras ellas, él, que tira el cuchillo y la careta en un contenedor camino de su casa. Huye del banco que pretendía atracar y se vuelve a casa.
No es muy cinematográfico. Uno piensa que en este siglo el dinero no es ya líquido sino gaseoso y viaja absorbido por aspersores en el espacio y el tiempo. Atracar un banco parece cosa de otros siglos, de otros paisajes. Los ladrones de nuestro tiempo estudian en universidades de prestigio o emparentan con familias de prestigio o acceden al prestigioso o desprestigiado poder.
¿Cómo es el proceso por el que uno se plantea atracar un banco en Retuerto, con un cuchillo y una máscara? ¿Qué espera encontrar, qué espera resolver? ¿Cómo es la noche anterior, cuando se imagina –que no planifica- la entrada, las palabras mágicas que expresan que es un atraco, la reacción de las empleadas? ¿Cómo ha medido las posibilidades de que no lo descubran, aunque lleve el rostro cubierto? Y ese fantástico plan de volver a casa, al portal de su casa, tras el intento fallido. ¿Habría vuelto a casa también si hubiera conseguido llevarse algo de dinero?
De carnaval era la máscara y carnavalesco resulta el atraco. Pero sin la alegría propia del carnaval. El intento produce alivio, porque las empleadas huyeron, nadie salió herido, no hubo robo. Al mismo tiempo produce una cierta lástima imaginar ese momento en Retuerto. Y la vuelta al portal de su casa del atracador imperfecto.