por Adela Estévez Campos
Es un reconocido experto en la liga profesional de baloncesto de Estados Unidos (EE UU), la NBA, y es de Barakaldo. El periodista deportivo Gonzalo Vázquez Serrano (Barakaldo, 1973) tiene un curriculum que indica que ha escrito en ACB.com, Revista NBA, Eurosport o Jot Down, entre otras. Criado en Bagaza y aficionado desde niño al baloncesto, un deporte del que también disfrutó en Paúles, en donde estudió, a finales de 2009 se marchó a Nueva York para vivir en persona su pasión por el 'basket'. Las malas condiciones económicas que vive el periodismo y una enfermedad le han obligado en 2012 a regresar a Madrid, pero el baloncesto sigue siendo su vida. Muestra de ello es su bog 'El Punto G' y el libro 'Invasión o victoria. Extranjeros en la NBA', escrito en colaboración con Máximo Tobías y que acaba de salir a la venta. Vázquez admira la manera "democrática" en que los medios informativos de EE UU distribuyen el tiempo entre los distintos deportes evitando que uno solo monopolice todo el espacio, como ocurre en Europa con el fútbol, y toma como referente del periodismo deportivo estadounidense un estilo de escritura cuidado y muy vinculado a la literatura. Defiende la capacidad crítica y la inteligencia del lector de deportes y critica a los que postulan la necesidad de rebajar el nivel de escritura para llegar a más público.
Pregunta. ¿De qué manera ha influido haberse criado en una ciudad como Barakaldo?
Respuesta. Supongo que en todo, en la forma misma de entender el mundo. Soy hijo de una Margen Izquierda agonizante, de una generación nacida del mundo obrero. Y como yo, todo el entorno que me rodeaba en el barrio de Bagaza. Tan solo cuando abandonas ese terruño te das cuenta de lo que eres, de dónde vienes, de lo mucho que contrastas el mundo que vas conociendo –de Madrid a Nueva York– con aquel duro pedacito urbano donde te criaste. Para mí Barakaldo ha sido la medida de todas las cosas que he encontrado después. Y solamente el tiempo y los viajes me han permitido entenderlo así.
P. ¿Cree que se hubiese especializado en escribir sobre baloncesto si no hubiese estudiado en Paúles?
R. En ese sentido ayudó mucho. Pero el origen de mi relación con el baloncesto escrito no está en el colegio sino fuera de él. Al menos sí debo decir que una vez nacida la pasión, Paúles permitía desarrollarla como tal vez ningún otro sitio en Barakaldo. Éramos muchos los que fuimos picados por el mismo veneno allí dentro. Mentiría si dijera que no fue un estímulo decisivo formar parte de un colegio donde el baloncesto parecía tener mayor importancia que cualquier otra cosa fuera de las clases.
P. Sus deseos de jugar al baloncesto chocaron con los del míster de los Paúles. ¿En algún momento se planteó dedicarse a algo que no fuese el periodismo deportivo?
R. No chocaron solamente con uno. Yo diría que con todos. Mi estatura y cierta alergia a los sistemas de pizarra resumen ese desencuentro. Con los años, toda aquella experiencia frustrada forjó también una parte de mí. El periodismo deportivo como elección de carrera no fue más que la única coartada posible para poder seguir dedicándome al baloncesto de la única manera que al final la vida me permitía poder hacer. No hay más razones. No todas las puertas se me cerraron.
P. ¿Con qué frecuencia visita Barakaldo?
R. Con mucha menos de la que quisiera. El trabajo priva de tiempo para volver, breves visitas solamente motivadas por el placer de ver a la familia y a algunos viejos amigos. Antaño sentía una mayor atracción por volver, no tenía reparo en ajustar dos o tres días para regresar a casa. Ahora todo ha cambiado tanto que la sensación de perder el tiempo allí es casi dolorosa. Por eso, Navidad y un poco el verano han quedado como citas ineludibles pero casi únicas. El mundo que yo conocí, o mejor, la gente que yo conocí allí, tiene su vida familiar como prioridad casi absoluta y no encuentro nada demasiado importante para volver.
P. Después de conseguir el sueño de su vida, que era vivir en Estados Unidos, ¿qué supuso para usted tener que renunciar a él?
R. En un primer momento, el momento del regreso forzoso, lo pasé mal. Pero con el paso del tiempo comprendí todo lo que había hecho. Eso me acompañará para siempre. Y cuantos más días pasan más orgullo siento de lo que fui capaz de hacer. Creo que es una visión justa que además ayuda a valorar lo logrado.
P. En Nueva York, enfermó de tuberculosis, entre otras penalidades. Habituado a tener vivienda, alimentación y sanidad garantizados, ¿cómo llevó encontrarse sin todas esas cosas, en otro país, sin apoyo familiar y enfermo?
R. ¿Y qué otra alternativa tenía? Es difícil si reparas en todo ello a diario, según ibas padeciendo esas carencias. Si, en cambio, valoras lo que puedes hacer cada día y no dejas de caminar en dirección a un nuevo destino –yo tenía NBA prácticamente todas las jornadas–, la alegría de la aventura de vivir lo puede todo. Al menos así fue mi caso. No me di cuenta de nada hasta estar en Madrid y ser atendido como al parecer debía serlo. Tener tan cerca tu sueño aleja al mismo tiempo el amargor de las penurias. Simplemente no las veía.
P. En un país abducido por el fútbol, ¿por qué decidieron parafrasear el título de una película sobre balompié para el título de su libro sobre baloncesto 'Invasión o victoria'?
R. Se buscó un reclamo algo comercial pero en ningún momento se relacionó el título con el fondo futbolístico de la historia que parafraseaba. De hecho iba a ser en un principio “Invasión y Victoria” porque de algún modo se hacía referencia al proceso que transitaba de lo uno a lo otro. Pero al final pesó más el juego de palabras al crudo para dejarlo así. Por lo que he podido pulsar, el título es probablemente el asunto más controvertido del libro. Pero en mi opinión, es irrelevante. O al menos no tiene la importancia que se presume. No para mí.
P. ‘Invasión o victoria’ aborda la historia de los jugadores extranjeros en la NBA, pero con un concepto amplio de extranjería.
R. Recalar sólo en el color del pasaporte no hace justicia a lo ocurrido. Sobre todo porque el proceso que hubieron de sufrir determinados sectores sociales fue de naturaleza similar al de los emigrados a cualquier parte del mundo, a los extranjeros de nacionalidad. Por eso el libro aborda también otros géneros de extranjería: la étnica, atendiendo a las minorías que fueron excluidas; la religiosa, por la comunidad judía; la de raza, por el mundo negro; y la extranjería política, por los jugadores del orbe soviético. Esa diversificación del fenómeno extranjero era a mi modo de ver ineludible para cubrir la obra de la manera más exhaustiva posible.
P. ¿Por qué escribe el libro en colaboración com Máximo Tobías?
R. O era él quien completaba la obra o no lo haría nadie. Esa fue mi solicitud estando en Nueva York. Los años en Internet te permiten conocer autores de verdad. Y de ellos, ninguno de la calidad de Máximo para lo que traía entre manos.
P. ¿Cómo se dividieron la elaboración del libro?
R. Eso es algo que merece ser contado. Máximo y yo fuimos a ciegas con las dos partes del libro. Nos fijamos un corte en 1985, delineamos un punto donde ceder y tomar el testigo y, tras unas primeras aclaraciones por correo –nos separaba un océano–, pasamos a la acción sabiendo qué correspondía a cada uno. Nos hemos leído por primera vez con el libro en el mercado. Esa fue mi segunda solicitud, ya a título personal: el placer de lectura que me permití con el libro en la mano y no antes. Ahora es cuando sé que acerté de pleno con él.
P. Sus crónicas son destacadas, entre otros motivos, por la elegancia literaria. ¿No teme alejar a un cierto sector de lectores de prensa deportiva?
R. Digamos que en el terreno de lo deportivo me ha gustado escribir aquello que me hubiese gustado leer. Adoro la narrativa y el ensayo. Y la mezcla de ambas es lo que ha forjado mi estilo, si es que lo tengo. No temo alejar lectores como intención. Más bien todo lo contrario: el respeto por mi trabajo y por la calidad del lector me conducen a cuidar los textos. No sabría hacerlo de otro modo. De hecho me parece que rebajar el nivel como coartada para llegar a más gente es una falta de respeto a la gente, al lector como entidad, como si éste fuera un incapaz. No lo creo así.
P. ¿Cómo consigue realizar un trabajo objetivo y no abstraerse totalmente en el juego?
R. Creo en la crítica como género higiénico y no destructivo. Eso debe conducir a un apasionado a ver más luz que oscuridad en los jugadores de que habla. Incluso a contemplar la belleza de la derrota, del maldito, del echado a perder. No sé si es literario o no pero desde luego que lo literario es lo que más interés me despierta como autor. Y por desgracia en nuestra cultura, apenas se ha permitido asociar literatura y deporte cuando en otras culturas, como la americana. Ese matrimonio feliz dura ya muchas décadas. Esa literatura deportiva norteamericana ha sido mi referente más que cualquier otra cosa.
P. ¿Qué considera más dañino para el periodismo deportivo, la invasión de periodistas elegidas por su belleza —lo que usted llama ‘telepibones’— o la contratación como comentaristas de deportistas retirados carentes de formación y de la capacidad de oratoria?
R. Sin duda, lo segundo. Por traición y precio.
P. ¿Ayuda la política de vestuarios abiertos, de la que carecen los equipos españoles, a que el baloncesto estadounidense no sea devorado informativamente por el béisbol o el fútbol americano?
R. Naturalmente que ayuda. Pero se trata de una cultura infinitamente menos monopolística que el fútbol en Europa. En Estados Unidos, las cuatro 'majors' tienen su espacio de interés perfectamente preservado. Hay público suficiente para todas ellas. Y cada una lucha por defender lo suyo y crecer. Además de la inigualable política de mercadotecnia de la propia NBA, los medios distribuyen la atención al deporte de manera infinitamente más democrática de lo que por ejemplo ocurre en España, donde el fútbol no solo lo devora todo sino también a sí mismo.
P. La selección española de baloncesto ha sido capaz de tutear a la de EE UU en las dos últimas citas olímpicas. ¿Podría ocurrir lo mismo con otras selecciones frente a los estadounidenses?
R. Antes de nada conviene recordar que la selección española de la última década es la mejor generación no estadounidense de jugadores desde la Yugoslavia prebélica. Eso ayuda muchísimo a calibrar lo ocurrido. Es evidente que el ascenso de la rivalidad internacional ha moderado notablemente, y de hecho como nunca, la hegemonía norteamericana. Pero al mismo tiempo urge matizar que lo que ha ascendido es el nivel de la clase media de un lado respecto del otro. Donde las distancias siguen siendo enormes es en lo mejor que puede ofrecer cada continente. Esto significa que la mejor selección estadounidense desde los desastres de Atenas y Japón ha vuelto a reclamar su monarquía absoluta, poniendo tierra de por medio con el resto del mundo. Y al mismo tiempo ayuda a valorar en su justa medida el increíble nivel de juego mostrado por la selección española en las dos últimas finales olímpicas. El baloncesto sigue creciendo imparable en todo el mundo. Solo que ahora todo lo mejor termina absorbido, y rápidamente, por la NBA. Este nuevo escenario enriquece las selecciones internacionales a costa de las competiciones nacionales, que son las que pagan el peaje.
P. ¿Qué le falta a,l baloncesto europeo para tener su propia NBA?
R. Para empezar una fortaleza cultural como existe en los Estados Unidos. Eso permite alimentar una industria de masas tan viable en términos económicos que los jugadores no sientan la necesidad de emigrar a la mejor liga del mundo. En un plano más realista, Europa tiende irremisiblemente a crear en un futuro no muy lejano su propia NBA continental, una liga cerrada –o prácticamente cerrada– con los clubes más poderosos. Es un destino inexorable.