No trato de analizar aquí las medidas adoptadas - y las no adoptadas - porque a estas alturas ya han corrido ríos de tinta, y gritos desesperados, al respecto. Lo que traigo a colación es el panorama que el cierre de la hostelería ha puesto ante nuestros ojos. Sin el bullicio y animación de los bares y restaurantes, las calles barakaldesas aparecen silenciosas, repletas de persianas cerradas y carteles fosforitos de “se alquila”. Sin bares, hemos descubierto que nuestro comercio de barrio agoniza en favor de un extrarradio repleto de centros comerciales, y que va a más.
Según el informe de la evolución del tejido empresarial elaborado por Inguralde, entre 2008 y 2019 Barakaldo perdió 947 establecimientos, y de éstos, más de la mitad corresponden a comercio y hostelería. Sin embargo, paradójicamente el número de personas empleadas ha aumentado un 10%, ¿a qué precio? al de la precariedad.
Y es que la renta familiar media barakaldesa se ha seguido distanciando de la media de Euskadi. De los 201 municipios monitorizados por Udalmap, en 2009 Barakaldo ocupaba el puesto 186 del ranking, con una renta familiar media de 35.722€; una década después, hemos bajado dos puestos en el ranking y perdido más de 200€ de capacidad adquisitiva, mientras que la renta media de Euskadi se ha incrementado en casi 1.000€ por familia. Somos más pobres que antes, a pesar de tener más gente empleada.
El caduco Plan General de Ordenación Urbana, que sigue vigente dos décadas después, apostó por enterrar la industria y los degradados entornos naturales bajo toneladas de hormigón y centros comerciales. Aquel Baliak se quedó pequeño ante Max Center, y este a su vez ante Megapark. Las empresas industriales y de alto valor añadido se cuentan con los dedos de las manos en un cinturón de tiendas y “outlets” que han desangrado el centro de la ciudad de comercios y negocios familiares. Y ahora, con los bares cerrados, es más evidente todavía.
“Ha resultado que, como se predijo desde los entornos de la izquierda y el movimiento vecinal, el mismo Ayuntamiento fue el que planeó una ciudad diseñada para empobrecerse a sí misma”.
Las tiendas del barrio en las que conocías al tendero por su nombre, las que vendían zapatillas, ropa, electrodomésticos, las ebanisterías (que existían varias por cada barrio) etc., han ido desapareciendo ante la brutal competencia que suponen los gigantes del extrarradio que reducen al mínimo su margen de beneficios. Los negocios familiares van cerrando, y por cada empleo perdido en el casco urbano se generan varios en los centros comerciales; varios empleos precarios, con bajos salarios y exiguas condiciones. Ha resultado que, como se predijo desde los entornos de la izquierda y el movimiento vecinal, el mismo Ayuntamiento fue el que planeó una ciudad diseñada para empobrecerse a sí misma.
A estas alturas el lector o lectora podría pensar que los dirigentes locales, ante la desertificación del casco urbano han aprendido la lección y se lanzan decididos a la toma de medidas distintas encaminadas a recuperar el pequeño comercio, la vida en los barrios, y los empleos estables. Pero nada más lejos de la realidad. Mercadona y Aldi se disponen a abrir nuevas tiendas en Kareaga, por si había pocas. El plan para los terrenos de la Sefanitro, en Lutxana, contempla otro centro comercial de 2500 metros cuadrados justo a la entrada del barrio, y al Megapark se le ensancha el puente de entrada para tragar los miles de vehículos que llegan cada sábado a nuestro gigante comercial.
Pero, ¿cómo revertir una situación que va a peor? Desde luego, el primer paso sería actuar desde el urbanismo, reformar el PGOU, establecer una moratoria a nuevos centros comerciales, y actuar sobre nuestros barrios para hacerlos amables (peatonalizar calles y establecer zonas de bajas emisiones). En segundo lugar, actuar sobre el pequeño comercio con medidas fiscales, como limitar el precio de los alquileres (desbocados y una de las causas principales de muchos cierres), bonificar las tasas municipales todo lo que se pueda e introducir cláusulas de compra local en los contratos públicos. Y en tercer lugar, diseñar de una vez por todas un ambicioso plan de regeneración comercial urbana en Barakaldo, que vaya más allá de las campañas puntuales, y cuyo objetivo a medio plazo sea diseñar un entramado comercial urbano de calidad.
De lo contrario, los bonos de consumo y los planes de empleo seguirán siendo lo que son, medidas paliativas para un enfermo crónico que empeora, mientras el consistorio gasta decenas de miles de euros en campañas improvisadas como las que hemos visto en la calle Portu y su entorno, que no sirven más que para la foto de la alcaldesa y los bolsillos de algunos avispados promotores.
Eder Álvarez Rivera
Concejal de Elkarrekin Barakaldo