por Silvia Bolaños
El alpinista barakaldés Jonatan García regresa a Nepal este 1 de septiembre para tratar de hollar el Manaslu (8.156 metros), su segundo ochomil tras el Annapurna (8.091)
logrado en mayo de 2017 junto a Alberto Zerain, quien falleció después en otra expedición. Tras un intento fallido
hace un año por una “mala gestión” y apenas cuatro meses después de enfrentarse al
Dhaulagiri (8.167 metros),
García se muestra motivado y “con hambre de cumbre” en el retorno a la cordillera del Himalaya.
Al estilo alpino, sin ‘
sherpas’ y sin oxígeno, García va acompañado en esta ocasión por el chileno Juan Pablo Mohr. Tras un periodo de aclimatación, los escaladores pondrán rumbo a la cumbre que esperan alcanzar entre el 26 y el 28 de septiembre. Apasionado de la montaña y de los “valores de vida” del himalayismo, este vecino de San Vicente no se conforma con medios triunfos: “El éxito es ir y volver. El éxito total es ir, hacer cima y volver”.
Pregunta. Es la segunda vez que parte a Nepal para intentar hollar el Manaslu.
Respuesta. Sí, es la segunda visita que voy a hacer a esta montaña. Estuve el año pasado por estas fechas. Fueron dos intentos en la misma expedición pero no hicimos cumbre por mala gestión. Bajamos desde los 7.700 metros. La montaña estaba bien pero viajamos tarde desde España, hicimos tarde la aclimatación y el factor cansancio nos obligó a descender. Además, prescindimos del campo 4, que se suele hacer a 7.500 metros de altitud, y dejamos un desnivel de unos 1.500 metros para el día de cumbre. Arriesgamos demasiado y al final decidimos abortar.
P. ¿Cómo afronta el reto en esta ocasión?
R. Estoy contento, animado y motivado. Este año vuelvo con un nuevo compañero —el chileno Juan Pablo Mohr—, salgo el 1 de septiembre a Madrid y desde allí vuelo a Katmandú. Llegaremos al campo base para el día 9 y tenemos intención de montar campo 4. Hemos estado todo el año entrenando para esto y vengo de otro intento que hice esta primavera al Dhaulagiri de 8.167 metros. Tampoco conseguimos la cumbre, pero no es un fracaso, lo veo como un aprendizaje. Esta vez salimos Juan Pablo y yo solos como cordada y vamos con hambre de cumbre, siempre haciendo las cosas bien y sin perder el norte.
P. ¿Se siente preparado para lograr el objetivo?
R. Es mi quinta expedición a una montaña de 8.000 metros y mi cuarto viaje a Nepal. El conocimiento de la zona te da confianza, saber la ruta, los puntos críticos o dónde montar los campos con la mayor seguridad posible. Este año estará menos concurrido, se esperan unos 150 intentos a cumbre y habrá gente conocida allí. Vamos a hacerlo como nos hace felices, sin ‘sherpas’ y sin oxígeno, al estilo más alpino y limpio posible. Si todo va bien, esperamos estar aclimatados para el día 22 y hacer cima entre el 26 y el 28 de septiembre
P. ¿Cuáles son las mayores dificultades que entraña el Manaslu?
R. Es la octava montaña más alta de la Tierra, pero no reviste un exagerado peligro. Es una de esas montañas ‘cariñosas’, que se dejan hacer. El mayor peligro puede estar entre los campos 1 y 2, la zona más técnica con 600 metros de diferencia de altitud y un serpenteo para sobrepasar unos ‘
seracs’. Desde el campo 3 la ruta es exigente con bastante inclinación y el campo 4 es bastante ventoso.
P. Hace cuatro meses viajó a Nepal para intentar otro ochomil, el Dhaulagiri. Sin embargo, la hazaña no fue posible. ¿Qué ocurrió?
R. Nunca me han gustado las expediciones con grandes grupos porque no me han salido bien. Todas son buenas y de todas he aprendido, pero hablando de cumbres y éxito total la única que tengo es con mi compañero de cordada que era Alberto (Zerain). Yo esto lo asemejo a una relación de pareja. En el Dhaulagiri éramos cinco, tuvimos mala suerte con el punto de aclimatación, no llevábamos el material necesario, teníamos demasiadas diferencias en cuanto a la visión de una montaña, no salimos a cumbre concienciados y llevábamos poca comida y agua.
P. ¿Se arrepiente del intento?
R. No me arrepiento de nada, pero es cierto que debemos castigarnos de alguna manera. No debe valernos siempre el conformarnos con volver a casa porque entonces es mejor que no vayamos. Hay que salir con unos principios y unos finales. El objetivo es la cima sí o sí, y punto. Luego entra el factor riesgo. Me gusta castigarme porque creo que es la única forma de aprender. Yo soy el primer interesado en volver a casa pero voy para hacer cumbre y volver.
P. ¿Cómo se ha preparado para este nuevo reto?
R. No ha sido una preparación específica, viene de atrás. Hacemos el día a día como llevamos haciendo desde hace unos siete años. Entreno de lunes a viernes por los montes de Barakaldo, el fin de semana viajo a Benasque y cuando puedo me escapo a los Alpes.
P. ¿Es suficiente?
R. El mejor entrenamiento es ir al lugar, como la última expedición al Dhaulagiri. Allí nos podemos exponer a la mayor altitud, donde al cuerpo le exigimos el máximo y entrenamos lo referente a la altura. El tema físico y psicológico lo trabajas desde aquí haciendo entrenamiento en invierno en nieve y hielo, con mochila grande y peso.
P. ¿Cómo se encuentra física y mentalmente?
R. Estoy mejor que en Dhaulagiri física, técnica y psicológicamente. Lo que quiero es seguir aprendiendo y mejorando. No quiero ser el mejor pero sí ser mejor que hace cinco años. Siempre que haces una expedición estás guardando recuerdos y experiencias. Solo con viajar estoy ganado porque estoy aprendiendo.
P. El alpinismo es un deporte muy exigente, ¿cómo se compagina con la vida personal y laboral?
R. Cada uno tiene que saber el tiempo que tiene libre, lo que cobra y lo que le desgasta el trabajo. En función de eso hay que preparar los proyectos. Me gusta el Himalaya y me crea una motivación diaria para entrenar. Me gusta encontrarme en situaciones críticas y mi cuerpo se adapta muy bien a las condiciones físicas, técnicas y psicológicas que requieren las montañas de 8.000 metros.
P. ¿Cuenta con suficiente apoyo?
R. Me faltan los ‘sponsor’ y el dinero para viajar más al Himalaya, con mejores recursos y mejor entrenamiento. Pero estoy contento porque voy con los mínimos recursos y si consigo la montaña, lo hago en el estilo más pobre que hay.
P. ¿Cómo asume su entorno los riesgos que entraña este deporte?
R. En casa cada vez confían más en mí porque ven que me preparo mucho y uso el sentido común en el momento clave. Cada vez se habla más de himalayismo y conocen lo que allí se cuece sin haber estado porque yo se lo cuento. Eso crea una relajación cuando me marcho. Es el desconocimiento de los viajes es el que te crea incertidumbre y miedo.
P. ¿Qué le aporta el alpinismo?
R. Es un proyecto a nivel personal, me llena y me hace feliz. Escalo para volver a casa, celebrarlo con los amigos y estar en buena armonía con la gente que me acompañe a la expedición. Siempre me ha gustado el deporte, es una escapatoria al estrés y una forma de mantener el cuerpo vivo.
P. ¿Qué le gusta del himalayismo?
R. Lo que más gusta son sus valores de vida. Saca lo mejor y lo peor de ti, lo que eres. Sales de la rutina pija y te enfrentas a la realidad de la vida sin vicios (sin televisión, internet, coche, alimentos de primera categoría o agua) para ver que no has necesitado nada de eso. La montaña es un máster de aprendizaje personal.