por María José Cantalapiedra
"¿Qué mejor legado que un riñón, el hígado, el corazón, tan simbólico y tan real?" |
La donación de órganos inspiró la idea de inmortalidad en la película Never let mi go, traducida al castellano como Nunca me abandones. Una película británica, del año 2010, basada en la novela del mismo título y dirigida por Mark Romanek. En la misma se muestra una sociedad en la que se crean y crían clones donantes de órganos. Esto es, su vida está destinada a utilizar sus órganos para salvar y alargar las vidas de las personas. Ellos, claro, no son considerados personas.
La idea de prescindir de algún órgano en vida no resulta muy atractiva. Sólo el amor por la persona que lo necesita vence la reticencia. Una vez muertos, quienes tienen fe en otra vida en la que seguirán necesitando su cuerpo no pueden desprenderse de nada. Incluso quienes creen que solo el alma accede a la vida eterna o quienes se muestran escépticos respecto a que la muerte no sea definitiva pueden sentir cierta incomodidad al pensar que parte de su cuerpo vive en otra persona.
Es un hecho que el trasplante de órganos salva vidas. Aparte de la visión médica, científica, hay una visión humanista, prolongar la vida de alguien con un órgano que no necesitas, o que ya no necesitas. Y hay una visión también romántica, literaria, incluso histórica. Alguien que vive con una parte de ti. Un trozo de ti que vive en otra persona. ¿No se han afanado los hombres por dejar un legado? ¿A través de la guerra o del arte? ¿Qué mejor legado que un riñón, el hígado, el corazón, tan simbólico y tan real?