por María José Cantalapiedra
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Basura amontonada en los buzones de recogida neumática”, rezaba un titular en
Barakaldo Digital el día 12 de noviembre. La fuente de esta información era un vecino de Barakaldo, que hacía pública esta denuncia en el medio. Dicho vecino mostraba su malestar porque “las entradas de la recogida neumática de basuras situadas entre el bulevar de Beurko y la plaza de Sor Juana Casajús tienen a sus pies bolsas de basura y desperdicios durante horas que en más de una ocasión ha roto algún animal esparciendo los residuos”. Esta denuncia obtenía una rápida
respuesta por parte del Ayuntamiento de Barakaldo en la que le comunicaba, como se hacía público en el mismo medio al día siguiente, las medidas que se habían adoptado en relación a esta situación: una brigada que, a diario, recoge dicha basura, la instalación de carteles o la imposición de multas.
Esta noticia pone de manifiesto dos cuestiones. La primera, la no por manida menos cierta evidencia de que un medio local facilita la interlocución entre los ciudadanos y los poderes públicos. La segunda, menos comentada, que dejar la basura por el suelo produce satisfacción a algunas personas.
Es cierto que cuando —en series o películas ambientadas en un pasado sin recogida neumática de basuras— uno ve a los vecinos tirando el contenido del orinal por la ventana siente dos emociones contrapuestas. Por un lado, un profundo desagrado. Y por otro, un poco de envidia, un tímido impulso de emulación. Hala, con el pijama puesto, me asomo a la ventana o al balcón y, al grito de ¡Agua va! lanzo al aire lo que se tercie.
Por otro lado, la decadencia va acompañada de un halo de romanticismo y nobleza. Las líneas que describen los periodos decadentes o las imágenes que los narran van envueltas en un suspiro de nostalgia. Y no hay decadencia sin abandono y suciedad. Podría ser que los vecinos de Barakaldo que dejan las basuras tiradas por el suelo, en lugar de colocarlas en los correspondientes contenedores, buscaran la decadencia de la anteiglesia como forma de propiciar la etapa de esplendor que suele sucederla. Sin embargo, es más probable que simplemente merezcan los gritos que Faemino y Cansado dedicaban a aquel señor que no se cortaba las uñas de los pies en el
chiste del águila. ¡Que no dejen las basuras por el suelo, hombre!