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El Baracaldo madrileño comparte con el vizcaíno su carácter obrero y la acogida a la inmigración

Encarna Bejano vive desde hace más de cuarenta años en el barrio de la calle Baracaldo

Mariela Estévez Campos

La calle madrileña que escribe su nombre de Baracaldo con ‘c’, es una vía estrecha de una sola dirección, con algunos solares vacíos y con casas de dos y tres alturas de ladrillo visto que, a pesar de su longitud sólo llega al número 35 en la acera de los impares y al 46 en la de los pares. El barrio en el que se asienta la calle Baracaldo, La Ventilla, perteneciente al de Vadeacederas, en el distrito de Tetuán, comparte con Barakaldo su vocación obrera y de lugar de acogida para la inmigración de otras zonas de España y, más recientemente, latinoamericana. Pese a su humilde carácter, está contiguo a la Plaza de Castilla y al Paseo de la Castellana, zonas exclusivas de la capital.

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Andrés Reyes Zaraín, ante el bar Toledano, en la calle Baracaldo
Fue en sus inicios un barrio de chabolas y viviendas unifamiliares de una o dos plantas, que tenían en muchos casos un patio trasero, en donde se situaban gallineros y cochiqueras para el autoconsumo familiar. Inmortalizado en 1997 por Almodóvar en la película ‘Carne trémula’, fue expropiado por el Instituto de la Vivienda de Madrid (Ivima) para levantar un nuevo barrio. El coste del mismo fue de 333 millones de euros de los que 73 se emplearon en las expropiaciones y 229 en la edificación.

En la calle Baracaldo apenas se ubican negocios, dando así la razón a los vecinos del barrio en el que se asienta, que llevan tiempo quejándose de la falta de comercios en la zona. Una pequeña tienda de alimentación y un bar, a los que se unía hasta hace poco tiempo un restaurante ya cerrado, son los únicos que dan servicio en la calle.

Un taller de pintura, uno de instaladores de aire acondicionado, otro de venta e instalación de moquetas y una academia de formación de socorristas y monitores de natación, completan su cupo empresarial. Como en todo el resto de la ciudad y, desde la llegada de la crisis, los carteles de ‘Se vende’ decoran pisos, locales y solares buscando en vano compradores que no van a llegar.

La razón de su nombre la explica Manuel, un vecino, que aclara que no tiene ninguna relación con la ciudad vasca. “A estos barrios, como los hicieron nuevos, les fueron poniendo nombres de zonas de España. Los de allí arriba (se refiere al Barrio del Pilar) llevan todos nombres de Galicia y aquí tocaron nombres del norte”.

La pequeña tienda de alimentación está regentada desde hace cuatro años y medio por dos mujeres chinas que, en un deficiente castellano, rehusan dar sus nombres o dejarse fotografiar. No saben dónde está Barakaldo —de hecho no saben que Barakaldo es una ciudad— ni por qué la calle se llama así y opinan que los vecinos de la calle “son buenos”, aunque el negocio flojee en los últimos tiempos.

En el bar Toledano, en el número 35 de la calle, haciendo esquina con la Avenida de Asturias, los escasos parroquianos, confirman que los habitantes son mayoritariamente trabajadores y que la calle no tiene ninguna relación con la anteiglesia vizcaína. "Es un barrio de gente mayor, aquí estamos todos jubilados", dice una anciana, levantando protestas entre los presentes, para añadir señalando al que luego presenta como su marido: “Éste sí que es vasco, es Irurozqui, su padre era de Navarra, y mira que no nos hemos recorrido nosotros esa zona para ir a ver su pueblo”.

Los que se encuentran en la barra —hombres en su totalidad— son incapaces de ponerse de acuerdo en cuántos años tienen los edificios en los que viven y consiguientemente la calle Baracaldo en la que se asientan. Lanzan cifras que oscilan entre los 15 y los 20 años, aunque todos coinciden en que se construyeron “cuando tiraron la antigua Ventilla y los trajeron a todos para aquí”.

Uno de ellos, que no quiere ser identificado porque dice ser militar y no querer meterse en problemas, incide en ello cuando a la pregunta de qué tipo de gente habita la calle responde: “expropiados, nos han traído para aquí de ahí abajo, tiraron las casas y las montaron aquí”.

El camarero del Toledano, Patricio, madrileño, que lleva 13 años trabajando en el bar y que, como casi todos los vecinos entrevistados, se niega a dejarse fotografiar, desconoce en qué año abrió y confirma que su ausente jefe no es ni vasco ni de Toledo, sino madrileño “de toda la vida”. Como casi todos los vecinos entrevistados, ubica sin dudar a Barakaldo en el País Vasco, aunque y, en esto hay unanimidad, jamás ha visitado la anteiglesia.

Un ventillano de nacimiento, como se declara con cierta arrogancia Andrés Reyes Zaraín, que posa orgulloso para las fotos, explica que, aunque su padre era de Úbeda (Jaén), su madre era de Zarauz. “Era vasca pero de las de caserío, lo que pasa es que, cuando las guerras carlistas, la familia perdió el caserío porque mi abuelo se tuvo que ir cagando leches”. Y con una exageración que el tópico asociaría a la sangre andaluza de su padre añade: “Había que ver aquel caserío, era tan grande como todo este edificio y tenía dos o tres plantas ‘parriba’ porque abajo era donde iban los animales”.

El recorrido finaliza con otra vecina, Encarna Bejano, pacense de 82 años muy bien llevados, que se deja fotografiar sonriendo coqueta y exigiendo ver las fotos: “¡Bien taruga he salido, con los rulos y todo”, después de confesar que no sabe dónde está la localidad vizcaína. “Por ahí lejos, ¿no? Si yo, como quien dice, no he salido nunca de Madrid, del pueblo para aquí. Y ya llevo en el barrio cuarenta y tantos años. Yo vivía en La Molina, de la Ventilla no sé nada, que yo allí no iba”.