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Arturo García | Batería
"He venido a este mundo para tocar la batería"


por Adela Estévez Campos | Fotos: cortesía de Arturo García

Sus padres lo encontraban siempre detrás del batería cuando lo perdían en las verbenas. El baterista y profesor de batería y cajón Arturo García (1969), enamorado del instrumento desde niño, inició sus actuaciones en público a los 11 años acompañando a una grupo en el pueblo cacereño en el que veraneaba su familia. Después de formar parte del grupo Fito&Fitipaldis, ha grabado discos y realizado giras por España, Francia, Portugal y casi todos los países de América con solistas y grupos de estilos tan dispares como Víctor Manuel, Carmen París, El Consorcio, Juan Pardo, Las Ketchup, Tontxu o Raúl di Blasio, entre otros.


Estudiante en Arteagabeitia en donde se aplicaba a rajatabla el principio de ‘la letra con sangre entra’ y en el Conservatorio Municipal de Barakaldo, tuvo una infancia que cataloga de ‘normal’ a pesar de que no practicó ningún deporte y de que su juguete favorito era una batería. Ama viajar casi tanto como hacer música, por lo que cuando se va lo único que echa de menos es a su mujer y a su hijo. No se siente capaz de escoger uno entre la infinidad de países que ha visitado, aunque reconoce que México es el que más cosas le ha dado y de todos ellos importaría a la anteiglesia un poco de sol y algo de apertura musical.

Pregunta. ¿Cómo llega a la batería?
Respuesta. Siempre me gustó. Desde niño lo tuve claro. Yo no fui a la batería, por suerte la batería vino a mí, me puedo sentir privilegiado. Mi primera batería fue una de juguete que me regalaron a los seis años, porque yo la pedí. La primera ‘de verdad’ me la compré a los 13 años, era una Venturi de segunda mano, muy mala.

P. ¿Es verdad que su primera actuación en público fue cuando tenía 11 años?
R. Sí, en Cáceres, en el pueblo en el que veraneaban mis padres. Salí a tocar con un grupo, ya no me acuerdo del nombre. Allí fue donde los músicos que me vieron empezaron a decirme que debería estudiar porque valía para esto. De los 11 a los 12 años no pude tocar porque no tenía batería y lo pasé muy mal y a partir de los 13 ha sido un no parar hasta ahora.

P. ¿Cómo fue su infancia en Barakaldo?
R. Como la de cualquier niño normal, aunque dibujaba baterías por todas partes —en los libros, en los cuadernos, en las paredes— y me pasaba el tiempo con la nariz pegada al escaparate de Vellido mirando la batería Venturi que tenían en el escaparate, que creo, que años después fue la que yo mismo compré de segunda mano.

P. ¿Jugaba al fútbol?
R. No, en mi familia no hay tradición de practicar deportes. Intenté jugar una vez y me echaron por malo.

P. ¿En qué colegio estudió?
R. En Arteagabeitia, un colegio nacional de barrio obrero, como cualquier otro de la época, con un profesorado que hoy en día sería objeto no de denuncia, si no de lo siguiente, pero que no me dejó ningún trauma. Era lo normal entonces. El colegio sigue existiendo aunque me imagino que con otro tipo de enseñanza. A mí un profesor llegó a romperme una regla de madera pegándome con ella en una mano y luego me hizo bajar al patio a por un palo para seguir pegándome.

P. ¿Y sus estudios musicales?
R. Empecé a los 12 años en el Conservatorio de Barakaldo. En aquellos años tenías que estudiar un montón de complementarias antes de poder empezar percusión: solfeo, conjunto instrumental, armonía, y repentización, entre otras. Percusión lo empecé como con 15 años con Alejandro Pérez Ceballos. Aprendí un montón de cosas sobre todo en lo que se refiere a leer, escribir música y los rudimentos, pero era percusión clásica y la batería no se miraba apenas, así que después de un montón de años, cuando vi que había aprendido lo que necesitaba, acabé dejándolo.

P. ¿Qué opinaba su familia de su pasión?
R. Por un lado estaban de acuerdo. Vengo de una familia con tradición musical, de músicos no profesionales pero muy aficionados. Cuando dije que quería ir al conservatorio, mi padre me puso como condición aprobar flauta en el colegio. ¡Pero suspendí! La odiaba. Aún así, insistí tanto que me dejaron matricularme. Además a los 13 años ya tocaba en orquestas en las verbenas. Que con esa edad tus padres te dejen irte solo a tocar por ahí supone un gran apoyo.

P. ¿Y sus vecinos?
R. Sin problema porque no subía la batería a casa. Viviendo en un piso, me hubiesen echado de Barakaldo. Ja, ja, ja. Lo que no sé es lo que opinarían los curas de la iglesia de Retuerto, que es donde ensayaba con la Erreka, la orquesta de baile con la que empecé a tocar.

P. ¿En algún momento se planteó dedicarse a otro instrumento?
R. No. Toco un poco la guitarra, porque mi padre daba clases de ese instrumento y toca además otros de cuerda —laúd y bandurria, entre otros—, pero la batería me atrapó irremisiblemente desde el principio.

P. Además de los conciertos, también da clases. ¿Qué le resulta más satisfactorio, los conciertos o la docencia?
R. Los conciertos, sin ninguna duda. Aunque hay alumnos a los que es un placer darles clase y hay clases de las que sales feliz, con la sensación, aunque pueda sonar vanidoso, de haber dado una clase magistral y pensando: “ojalá alguien me hubiese dado una clase como ésta cuando estudiaba”. Las clases no dejan de ser un colchón económico, algo que está ahí por si las cosas no van bien. Yo he venido a este mundo para tocar.

P. ¿Prefiere tocar macroconciertos o los pequeños conciertos en bares?
R. Son cosas diferentes y puedo llegar a disfrutar de igual manera en cualquiera de los dos. En los conciertos grandes, tantísima gente junta y disfrutando de lo mismo a la vez, crea una energía especial y muy potente. En cambio, en los conciertos pequeños, la cercanía de la gente hace que haya un calor y un trasmitir publico-músico que no existe en los conciertos a gran escala.

P. ¿La música en partitura o la libertad de las Jam?
R. Siempre pensé que los papeles son para recordar algo que no sabes o si tienes que tocar algo que es muy complicado en estructuras. Pero si se puede, soy partidario de tocar sin partitura ninguna. La forma de tocar, expresarte, trasmitir y de libertad es muy diferente cuando vas leyendo a cuando no. Además,  cuando siempre vas leyendo te acostumbras al papel y no puedes pasar sin él. De la otra manera se cultiva mucho más la mente y ejercitas el poder recordar para sentirte libre. Es como si a los cantantes les viésemos siempre con un atril con las letras de las canciones. Sería ridículo.

P. ¿Tiene algún baterista de referencia?
R. En cada estilo tengo bateristas que me gustan y no hay alguien por quien suspire más .Siempre está saliendo gente nueva tocando cosas increíbles y en cada época de mi vida me gustan bateristas diferentes.

P. ¿Qué diferencias encuentra entre tocar la batería y el cajón flamenco?
R. Son dos instrumentos que no tienen nada que ver. Lo único que hay en común es que los dos son de percusión. Es como comparar un saxo y una gaita. El cajón se presta para muchos estilos y es muy agradecido, es muy fácil arrancarle sonido. Al cajón llegas con las manos, y en la batería con manos y pies, entra en juego todo el cuerpo.

P. ¿Con cuál se siente más a gusto?
R. Con la batería. Sin duda.

P. ¿Toca la txalaparta?
R. No, la he tocado alguna vez con amigos que sí son expertos en el instrumento, pero no. Aunque desde que vivo en Madrid subo a Euskadi todos los meses y he acompañado a muchos cantautores vascos, siempre lo he hecho con cajón y sobre todo con batería.

P. ¿Cómo se compagina, mentalmente, tocar con artistas tan diferentes como Fito y Fitipaldis, Víctor Manuel, Carmen Paris, Paco Rivas, General Lee, Prímital, las Ketchup, Tontxu, El Consorcio o Vembrulé?
R. Tocar estilos tan distintos y hacer trabajos tan diferentes me permite permanecer siempre mental y físicamente activo y, por otra parte, me proporciona muchas más oportunidades profesionales que si me limitase a uno sólo. Es la mejor manera de estar siempre con las pilas puestas.

P. ¿En que consistían sus colaboraciones para la desaparecida revista Todo Percusión?
R. Escribía artículos, críticas de libros y bancos de pruebas de baterías; y artículos como parches, baquetas y cursos de cajón y batería.

P. ¿En qué países ha actuado?
R. Curiosamente, en muchísimos americanos y prácticamente en ninguno del resto del mundo. En Europa sólo he actuado en España, Francia y Portugal; pero en América he estado en Estados Unidos, México, Nicaragua, Argentina, Chile, Honduras, El Salvador, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica y no se si se me queda alguno por ahí.

P. ¿En cuál ha estado más tiempo?
R. En México, sin duda. Hace 11 años que voy, en ocasiones dos veces en el mismo año en giras largas de dos meses. Lo conozco mejor que muchos mexicanos.

P. De todos esos países, ¿con cuál se queda?
R. ¡Qué difícil! No sabría decirlo. Quizás México porque es el que más conozco, pero Costa Rica me encanta y Chile. No me podría quedar con uno sólo, aunque México me ha dado mucho.

P. ¿Qué importaría a Barakaldo de los sitios en los que ha estado?
R. Un poco de sol y quizás algo de apertura musical. Barakaldo, aunque está empezando a abrirse, ha estado un poco cerrado en el ‘euskal-rock’.

P. ¿Qué echa de menos cuándo está fuera?
R. Sobre todo a mi mujer y a mi hijo. Y a lo mejor, comerme un pincho de tortilla con un vaso de vino, pero no soy persona de añorar cosas. Me encanta viajar y cuando se acaba una gira, la idea de volver me produce siempre una sensación agridulce. Las giras me permiten, además de conocer gente, hacer las dos cosas que más me gustan: tocar y viajar.

P. ¿Qué proyectos tiene a largo plazo?
R. Tengo varias cosas y, aunque no soy para nada supersticioso, son temas de los que prefiero no hablar por aquello de que luego no se cumplen. Para quien esté interesado puede ver toda mi trayectoria en mi web y las diferentes redes sociales: FacebookTwitter, Youtube y MySpace. De todas formas me conformo con pagar mis facturas, poder disfrutar de la vida y seguir haciendo lo que más me gusta hacer, que es tocar.

P. Desde su experiencia por el mundo, ¿qué recomienda a los jóvenes barakaldeses que planean buscar trabajo en países extranjeros?
R. Que mantengan la mente muy abierta porque lo que se encuentren no va a ser siempre de su gusto. Es importante saberse adaptar a los lugares, a los sabores, a las costumbres y empaparse de todo, aprovechando al máximo cada situación, buena o mala.

P. ¿Y a los que se plantean estudiar música?
R. Exactamente lo mismo. Mente muy abierta para poder disfrutar de todo lo que la música nos da. Empaparse de todo tipo de música, sin prejuicios, y tocar, tocar mucho. No hay mejor escuela que tocar con todo tipo de gente, a ser posible de más nivel técnico y musical que nosotros.