La ya tradicional recepción de Olentzero en Barakaldo ha contado este año con alrededor de medio millar de niños que se han acercado al mítico carbonero para contarle que se han portado bien todo el curso y que quieren sus regalos. Como en ocasiones pasadas, el acontecimiento se ha convertido en un experimento sociológico, como diría la periodista Mercedes Milá al presentar el programa 'Gran hermano'. Durante el desfile, miles de personas se han echado a la calle en el recorrido entre San Vicente y Herriko Plaza. La intensa lluvia de caramelos ha echado al suelo a cientos de personasen busca y captura del dulce. Curiosamente, como sucede de manera habitual, buena parte o la mayoría de quienes se lanzan a por los caramelos no son niños sino adultos. Incluso los hay preparados con la bolsa para reunir todos los posibles. Ya en el escenario de la plaza, Olentzero resiste estoicamente, sin abandonar el incómodo puesto, la hora larga en la que los pequeños pasan uno tras otro por su regazo sin permanecer en ningún caso más de un minuto. Esta pasarela permitiría de nuevo realizar un tratado sociológico de la localidad. El mito de Olentzero atrae lo mismo a familias acomodadas que a humildes, con vestido de gala o simple chándal. Eso sí, las familias humildes hacen malabares para que la chapela y el pañuelo pasen rápidamente de unos chiquillos a otros a tiempo para la fotografía. El personaje navideño también resiste a a cualquier confesión religiosa. Las familias católicas conviven con las evangélicas y con las islámicas sin ningún tipo de recelo. El acontecimiento es además un termómetro del esfuerzo por la integración. No son mayoría, pero muchos niños acuden vestidos de aldeanos y de ellos no son pocos los que tienen como lenguas maternas una diferente al castellano y al euskera. Estos tiempos de crisis imponen además que algunos de los niños acudan con los abuelos. Como no podía ser de otro modo, alguno se llevó un disgusto al perderse de su nieta en el tumulto del desfile, aunque sin mayores consecuencias. Las lágrimas también subieron al escenario. Los niños llegan felices hasta Olentzero, aunque no en todos los casos. Los hay que a medio camino, asustados, cambian de opinión y también que llegan hasta los brazos del carbonero envueltos en llanto para poder tener la fotografía. Al final de la sesión, el equipo de organización, que respira aliviado, posa junto al personaje navideño.
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