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Opinión | Y tú, ¿de qué casa eres?

Foto antigua de Castro Urdiales
Familia San Miguel de Castro Urdiales. Foto: Fotos antiguas de Castro Urdiales / Juan Francisco Ureta

por María José Cantalapiedra


"Volvías a Barakaldo. Moreno, lleno de cardenales y postillas, tras un verano de libertad. Ennegrecidos regresábamos, pecosos, elásticos y huesudos"

Esta columna va dedicada a todos los barakaldeses que vivieron su infancia en las décadas de los sesenta, de los setenta, de los ochenta. Esos niños y niñas que iban a pasar los veranos a casa de sus abuelos, en pueblos desperdigados por toda la geografía española. Montados en un Simca 900, sin cinturón de seguridad en los asientos traseros, colgados en estilo minimalista o maximalista en los delanteros. El padre llevaba pantalón de pinzas y la madre el pelo corto moldeado tras una noche de rulos. Nadie apuesta ya por las noches de rulos.

Los coches no tenían aire acondicionado y los niños apostábamos, en una emulación inconsciente de los Monty Python, qué viaje sería más largo, más caluroso, más fatigoso.

Antes de salir el padre se repantingaba en el butacón de la sala o en una silla de la cocina y apremiaba a la madre augurando caravanas eternas, veranos encerrados en un atasco sin principio ni fin de otros Simca, de 600, de algún Renault. Y ella se afanaba en dejar la casa recogida, en preparar los bocadillos de tortilla para el viaje, en que no se olvidara nada esencial para pasar el largo verano escolar.

Conseguías llegar, a pesar de que siempre algún hermano se mareaba, algún otro suplicaba parar para hacer pis, el más pequeño preguntaba cuánto falta sin haber salido de Barakaldo, el padre bajaba a los santos del cielo y la madre pasaba el viaje girada hacia atrás.

Llegados abrazábamos a las abuelas enlutadas, algunas con el bigote rubio o encanecido, imperceptible hasta el beso. Y nos íbamos a recorrer el pueblo desafiantes hasta que otra anciana que no era la nuestra hacía la pregunta terrible de rigor: "Y tú, ¿de qué casa eres?" "Pues yo soy nieto de Fulanito de tal y de cual". Pero tus abuelos no te garantizaban un lugar en aquella tierra, pertenecías a la especie de los veraneantes. Aunque sacaran parecidos razonables o imposibles con miembros muertos o vivos de tu familia.

Volvías a Barakaldo. Moreno, lleno de cardenales y postillas, tras un verano de libertad. Ennegrecidos regresábamos, pecosos, elásticos y huesudos. Y entonces otra anciana te preguntaba de qué pueblo venías. Y tus padres no te garantizaban un lugar en esta tierra.