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Opinión | Agosto


por María José Cantalapiedra

Hay un refrán que dice “agosto y septiembre no duran siempre”. Una pena, debo decir. Septiembre no tanto, pero agosto debería ser eterno. O, al menos, que algunos años se quedaran trabados en agosto, que sucediera un fenómeno paranormal. O incluso normal, en el sentido de que la ciencia pudiera explicarlo, pero que en cualquier caso tuviera 365 días.  Así, sin más. Que uno pudiera comprar, o agenciar regalado por algún comercio antiguo, un calendario donde apareciera la imagen que sea, un cuadro de Renoir, unos gatitos en una cesta, unas mujeres que quitan el hipo, semidesnudas, eso sí, a poder ser con un anuncio luminoso en la frente que ponga “ovulando en este preciso instante que dura un año” y otro a la altura del regazo que ponga “soy tan femenina que me desprendo de ser humana”. Y con melena.

Estaría bien. También puede haber paisajes, bodegones, imágenes religiosas, personajes de cómic o fotografías de los actuales ministros de Educación y de Justicia para quienes tengan querencia por la civilización, como concepto y como aspiración.

En todo caso, el calendario tendría una única hoja, con sus semanas ordenadas, con sus lunes y sus jueves y sus domingos, todo muy completo, con la única particularidad de que ese mes expresado en el calendario escogido tendría 365 días.

Este deseo está basado en la tradición, últimamente cuestionada, como la monarquía, de que el mes de agosto es por excelencia el mes en el que bajarse de la vida y disfrutar de vacación: “Descanso temporal de una actividad habitual, principalmente del trabajo remunerado o de los estudios”. Lo dice la Real Academia Española de la lengua (RAE).

También es cierto que el cumplimiento de este deseo tiene algunos inconvenientes. Los agostos de la vida analógica eran largos, a veces incluso tediosos, y casi siempre relajados. El gozo de ese septiembre que tampoco dura siempre era sentarse en una de esas maravillosas terrazas que tenemos en Barakaldo para contar las anécdotas del verano.

Los agostos de la vida digital, en cambio, son nerviosos, ay. Es justo y necesario retransmitir en tiempo real, como la cotización bursátil, cada momento. Y con documentación gráfica que avale el relato. Enriquecer las vivencias del verano es igualmente posible pero da más trabajo.

Y, por último, pero no menos importante, el verano no está para vivirlo sino para contarlo. Vivir para contarla tituló Márquez uno de sus relatos autobiográficos. Y su relato más conocido Cien años de soledad. No sé qué imagen llevaría ese calendario, el de los cien años. Sólo me viene a la cabeza Darth Vader.