Foto: Gus Vigo
por María José Cantalapiedra
Eres de Barakaldo y (que no si, esta vez) no has contado con un medio que escriba el relato de lo que sucede en la reminiscente anteiglesia fabril. La familia, la escuela y los medios de comunicación son los tres principales constructores de la identidad de los ciudadanos, y nosotros, los vecinos reminiscentes, nos hemos mirado tradicionalmente en el espejo de un puñado de noticias fragmentadas, sin un espacio propio, impresas en medios con un ámbito de difusión mayor. Como sujetos informativos, los barakaldeses hemos aparecido en la crónica de sucesos, liderando las listas de paro o ilusionados por una nueva VPO. Como lectores/vecinos hemos recibido una baja autoestima, poca información sobre lo que acontece en este nuestro municipio reminiscente, y casi nunca suficiente contexto para interpretar esa realidad recortada y transmitida.
Sí, es una síntesis excesiva. Una caricatura. Pero todos reconocemos a las personas que invocan esos dibujos satíricos. Y creo que podemos reconocernos en dicha síntesis. También satírica. También invocadora. Para que los barakaldeses seamos reales y no reminiscentes necesitamos saber qué está pasando en nuestro municipio, cuáles son los esfuerzos económicos, educativos, deportivos, artísticos, sociales, intelectuales, de las personas que aquí vivimos.
Necesitamos saber cuál es la gestión que se está haciendo de los recursos, actuales no reminiscentes, de la anteiglesia. Necesitamos un modelo de periodismo local dual, que se dirija a poner en valor las iniciativas de tantos barakaldeses y que ponga en evidencia los problemas. Esto es, que se deje llevar por el valor noticioso de la proximidad y que ejerza la función periodística clásica de vigilancia del poder.
Las relaciones entre prensa y poder, entre los diarios locales y los poderes públicos, están especialmente bien descritas en la clásica película Primera Plana, de Billy Wilder. A pesar de que Wilder hace un retrato muy poco favorecedor de la profesión y presenta a los protagonistas —el periodista Hildy Johnson y su jefe Walter Burns, el editor del periódico— como seres inmorales capaces de todo por un buen titular, estos quedan en la gradación moral muy por encima de los representantes del poder, el alcalde y el sheriff, a quienes sólo preocupa mantenerse en ese poder para disfrutar de sus privilegios y encuentran en los periodistas un pertinaz obstáculo, ya que no se avienen —¡qué insensatos!— a transmitir a los ciudadanos el engañoso y favorecedor relato de sus acciones.
En síntesis. ¿Excesiva? ¿Caricaturizada? Del tipo de relaciones que el poder considera preciso mantener con la prensa, de los objetivos informativos que entiende debe impulsar o cercenar, depende, en gran medida, el modelo de ciudadanía que inspira, las aspiraciones de los vecinos. También aquí, en la reminiscente anteiglesia fabril.