por Koldo Llorente
Pasar unas horas de visita o quedarse para la vida eterna. El cementerio de Barakaldo acoge miles de enterramientos en sus 24.500 metros cuadrados de superficie. Es un lugar para el dolor, pero también para el turismo y el aprendizaje. El
Père-Lachaise de París y el
Woodlawn Cemetery de Nueva York cuentan incluso con página web así como con mapas turísticos que ayudan a los
millones de visitantes que acuden cada año. Más cerca, en Portugalete, el Ayuntamiento organiza
visitas guiadas. El cementerio en San Vicente también tiene sus misterios y curiosidades, desde las tumbas de ciudadanos chinos —que desmienten las
leyendas urbanas— hasta los espectaculares panteones o las tenebrosas esculturas de la muerte, sin olvidar los personajes populares como el ciclista
Ricardo Otxoa y
Nicolás Larburu o destacados militantes políticos, como la socialista
Blanca Pera Sarasúa o el anarquista
Isidro Gil.
Dos veces el terreno de juego de San Mamés con sus 270 metros de largo por 90 de ancho y 24.500 metros cuadrados de superficie. Está compuesto por bloques. Cada bloque es una calle, pero no una calle por la que la gente se pasea cada día, con paradas de bus y de taxi, con el murmullo de las personas y el ruido de los coches. Son calles diferentes en las que reina el silencio, la tranquilidad y para algunos la vida eterna. Para otros, en cambio, es el fin y sólo queda el recuerdo, junto con sus nombres y flores que simbolizan algo que nunca se olvidará. Es el cementerio de Barakaldo.
Algunas repletas de ramos y otras no tienen ni una sola flor. La mayoría de las tumbas utilizan los símbolos del catolicismo, con la cruz y la imagen de Jesús crucificado. Antiguamente había una zona civil y otra religiosa. Hoy en día, el cementerio es común para ambas. Algunos enterramientos son pequeños y parecen insignificantes al lado de otros más grandes, con una mayor decoración, o simplemente, con una decoración distinta a las demás.
En la parte izquierda del cementerio, hay un panteón inmenso que llama la atención, hecha de mármol y flanqueada por rosas a ambos lados y un enorme cristal en mitad cubriendo su identidad. En la otra punta, hay una tumba más pequeña, pero impactante. En lugar de tener la imagen de Jesús, se puede apreciar una escultura oscura, negra, como la de una persona cubierta por un velo oscuro que representa la muerte. Algo curioso e inusual, por lo menos en el cementerio de San Vicente.
Al menos hay tres tumbas de ciudadanos chinos que desmienten las leyendas urbanas sobre el destino de estas personas al fallecer. Dos de estos vecinos de origen asiático murieron en un accidente de coche. Hace tres años les enterraron e hicieron una fuego junto con sus pertenencias más valiosas en el mismo cementerio.
Entre las personas que alcanzaron relevancia pública se encuentra, por ejemplo, la histórica militante socialista Blanca Pera, que se encuentra en un nicho que alquilado para 10 años. En cuanto al ámbito deportivo, el padre de Javier Clemente, inhumado en tierra (ésta opción es gratis durante los primeros seis años) y el ciclista Ricardo Otxoa —que falleció en 2001
atropellado en Malaga cuando entrenaba en carretera— descansan en paz. También está el recordado profesor y director del instituto
Nicolás Larburu y anarquistas como
Isidro Gil Pérez.
Como no podía ser de otro modo, el cementerio también ofrece anécdotas como la que se registró cuando aprovechando el entierro de un familiar, dos presas custodiadas por la Ertzaintza se escondieron entre los asistentes al sepelio y se escaparon. Finalmente, fueron capturadas en medio de una gran escandalera.
Manos enterramientos. La muerte también da vida y lo hace para quienes trabajan en oficios relacionados con el camposanto. En la misma recta antes de llegar al cementerio está la Marmolería San Vicente. “Hacemos distintos tipos de lápidas. Las más corrientes, que a su vez son las más baratas, rondan los 400 euros y son las que compra la mayoría de la gente. También realizamos otras con relieves y son muy bonitas, pero el precio de éstas está entre 600 y 800 euros. Las más caras cuestan a partir de 900 euros y son o hechas a láser o a mano picadas con un puntero. A veces un cliente viene porque quiere hacer una modificación en algo que ha comprado anteriormente y no le cobramos. En cambio, si no es un cliente, sí que le cobramos", cuentan en este establecimiento.
En esta 'ciudad', como en la de los vivos, también hay lugares por ocupar. Ahora mismo hay 570 nichos subterráneos vacíos. En la década de los setenta, los nichos se compraban. Ahora en cambio, se alquilan, por 10, 30 o 50 años. Cuando pasan este tiempo, se vacían para ser reutilizados. Pero la crisis ha llegado a este campo. En estos últimos años se ha pasado de tener una media de 15 entierros semanales a no llegar a cinco. "La mayoría de las personas opta por la incineración y cada vez hay menos entierros".
Los sepultureros. El mantenimiento del lugar corresponde a los enterradores, a los que se puede ver por cada rincón del cementerio con excavadoras y normalmente con una carretilla. "Es un curro que cualquiera no podría hacer. Entierro a alguien, me cambio de ropa y me voy a mi casa a comer con mi familia. A veces se me encoje un poco el alma cuando entierro a un niño, sobre todo cuando el cielo está oscuro, llueve, hace frío y te llenas de barro, pero nada más. La muerte es algo que llega cuando menos te lo esperas y llorando nada se soluciona. Está claro que es un trabajo diferente de los demás, no exige estudios pero hay que estar preparado para enfrentarse durante toda una vida a estar rodeado de muertos", explica uno de los trabajadores.
Es un oficio único con muchos sinsabores por un cierto desprecio por parte de la gente. Algunos empleados consideran que los vecinos les toma por ignorantes. Lo cierto, como señalan, es que nadie como ellos sabe tanto de la muerte.