
Es la tarde noche y están cansadillos. Los cuatro jóvenes tienen sus cuerpos resbalados por los sofás del salón. La tele está puesta y los mandos de la Play en el suelo. Son adolescentes, y llevan esa sonrisa fatigada, tan susceptible de convertirse en risa. Acaban de volver a casa tras una de las primeras jornadas de trabajo de su vida. Y han llegado a esa casa, la primera que han tenido desde que cruzaron el Estrecho siendo niños.
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