por María José Cantalapiedra
"El eterno dilema: techo de cristal o campo de lirios" |
No es literatura que goce del éxito de la crítica, pero sí del público. Algunas autoras, porque mujeres suelen ser quienes las pergeñan, no aspiran al Nobel pero sí a vender ejemplarles. La novela romántica podría plantearse como una producción industrial. Está, al contrario que otras manifestaciones artísticas, muy sistematizada, tanto la historia, los perfiles de los protagonistas, el registro, la tensión sexual, el final feliz.
Incluso en las más atrevidas desde el punto de vista erótico-sexual sus personajes femeninos son puros y virginales. Ajenos a la tentación amorosa y sexual, viven en una suerte de cabañita con los enanitos. Hasta que aparece el príncipe, quien la distingue del resto de mujeres por su belleza, su bondad y su dignidad. Sacudida ella por el amor se transforma en una amante fogosa. Sólo con él. El hombre. Alto, poderoso, cariñoso cuando consigues romper la máscara que lo cubre. Él consigue castillos y ella recoge lirios para poner en la mesa. Bienestar a cambio de bienestar.
El título de la novela es Te voy a comer, caramelito. Dice en la entrevista que, por sugerencia de algunas amigas subió el tono de las escenas eróticas. La última hornada de novela romántica no funde en negro cuando atrapados por la pasión se convierten en una sola carne. Ahora hay detalles. Mucho goce. Mutuo. Ella se deja llevar por la experiencia masculina. Él se sorprende con su natural maestría. Hay con frecuencia malentendidos. Pero el amor triunfa siempre. Porque es obsesivo para los dos. Aunque los dos mantengan la dignidad. A él le da tiempo a dirigir un imperio. A ella a elucubrar sobre sus silencios. No he leído la novela de la escritora de nuestra anteiglesia. No sé si será continuista o rupturista. Pero quién se resiste a recoger lirios mientras espera la llegada del hombre rendido a nuestros encantos, y solo a los nuestros. El eterno dilema: techo de cristal o campo de lirios.