por Juan Lamadrid
Con toda esta saturación de información sobre negociaciones y pactos para formar el Gobierno de España, a uno le viene a la cabeza la negociación entre PNV y PSE para el Gobierno de Barakaldo. Uno se imagina a Alfonso y Amaia frente a frente estableciendo las condiciones del acuerdo y no puede dejar de pensar en Marx, los hermanos, y eso de “
la parte contratante de la primera parte”.
Groucho y Chico están leyendo en un barco, en el
batzoki o en la casa del pueblo —el escenario es indiferente—, cláusula tras cláusula el acuerdo que van a firmar y, al no coincidir sobre determinados aspectos, van cortando pedazos de un largo papel hasta quedarse cada uno de ellos con un pequeño trozo en sus manos. “Ponga ahí su firma y entonces el contrato será legal”, le ordena Groucho al final de la negociación. “Me olvidé decirle que no sé escribir”, replica Chico. “No importa, la pluma no tiene tinta”, sentencia el primero. Algo así debió de ser la negociación entre socialistas y nacionalistas.
Un pequeño papel roto con dos cláusulas: aprobar tasas e impuestos, y sueldos para los socialistas. Un acuerdo que ha quedado en nada porque la pluma no tenía tinta. 2016 comienza su tercer mes y Barakaldo sigue como en diciembre de 2014, con el mismo presupuesto porque ni el PSE-EE en 2015 ni el PNV ahora han sido capaces de aprobar las cuentas.
Algunos dirán que son innecesarias, que el mundo sigue girando. Sin embargo, al vecino le gustaría ver negro sobre blanco en qué va a gastar su dinero el Ayuntamiento. Ver que hay una partida para cubrir el patio del colegio de Arteagabeitia, otra para asegurar luz en las calles, que el pequeño comercio tiene más apoyo para defenderle de las grandes superficies o hay unas ayudas sociales más generosas. Ese es el contrato que debe establecer cada año el Ayuntamiento con sus vecinos.