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Sin Fronteras | Raquel Díez Löhning, moda y amor en Alemania

Raquel Díez Löhning (centro), con sus padres



Raquel Díez Löhning (1975), “de Lutxana de toda la vida”, lleva nueve años viviendo en Wiesbaden (Alemania), a donde se fue a vivir por amor al que luego sería su marido, un alemán al que conoció en el hotel de Tenerife en el que ambos pasaban sus vacaciones. Como todo vasco que se precie, añora a la familia, a su gente y la comida, aunque viaja a Barakaldo de seis a 12 veces al año. Reconoce que su corazón está dividido entre Alemania y la anteiglesia, y su sueño es pasar seis meses del año en cada lugar. Asegura que con toda seguridad volverá, aunque sea para vivir su jubilación como tantos alemanes. Apasionada de la moda, a la que se dedica desde muy joven, tiene un 'showroom' desde el que atiende a clientela teutona y barakaldesa. Afirma que no ha sufrido ningún tipo de discriminación por venir de uno de los países del grupo de los Pigs, aunque, probablemente, el hecho de ser rubia y de ojos claros haya tenido algo que ver con el tema.

Pregunta. ¿Qué recuerda de su niñez en Barakaldo?
Respuesta. Tuve una infancia muy feliz. Soy la pequeña de tres hermanos que nacimos muy seguidos y siempre lo hacíamos todo juntos. Además me acuerdo de cuando iba con mis amigas a jugar al Parque de la Orconera.

P. ¿Dónde estudió?
R. Primero en Bituritxa, luego seguí Reforma de Enseñanzas Medias (REM) en Portugalete y finalmente fui a Sestao al instituto, pero lo dejé porque al mismo tiempo estaba trabajando en una tienda y decidí quedarme con el trabajo. Siempre he tenido claro lo que quería hacer. Estoy en el mundo de la moda desde que era una enana. Es mi pasión. Escojo las tendencias que quiero seguir e intento crear un estilo propio, y en aquel instante decidí que era el momento de dedicarme a ello.

P. ¿Siguió mucho tiempo en ese empleo?
R. Yo soy una persona muy de metas. Con 21 años monté mi propia tienda en Lutxana que, afortunadamente, funcionó muy bien, así que a los tres años compré un local de 100 metros cuadrados y amplié el negocio.

P. ¿Vendió el local al irse?
R. No, estoy intentando alquilarlo y mientras no lo consigo, cuando viajo a Barakaldo —algo que hago con bastante frecuencia— lo utilizo para presentar a las barakaldesas las colecciones nuevas de Quelvi Modeatelier, porque sigo dedicándome a la moda.

P. ¿Ha abierto una tienda en Wiesbadem?
R. Tengo un 'showroom'. Cito a la clientela, le pongo una copita de champán, le muestro las colecciones y le ofrezco una atención personalizada. Hago de modelo, de fotógrafa, compro, vendo, organizo desfiles y, sobre todo, asesoro y oriento a mis clientes.

P. ¿Qué le ha llevado a Alemania?
R. El amor, única y exclusivamente. Conocí al que hoy es mi marido hace 11 años en un viaje a Tenerife. Canarias es uno de los lugares de vacaciones preferidos para los alemanes y nosotros estábamos alojados en el mismo hotel.

P. ¿Y desde entonces están juntos?
R. Hasta que me fui a vivir a Wiesbadem estuvimos viajando todos los fines de semana (él muchas más veces que yo) para vernos.

P. ¿Cómo se arregló con el idioma?
R. Llegué un 28 de enero y el 2 de febrero empecé dos cursos de alemán intensivo y ahí lo dejé, porque como estudio ya me pareció suficiente. Después me dediqué a aprenderlo de oído, repitiendo y repitiendo como los loros. Es un idioma difícil, pero viviendo en el país se acaba cogiendo.

P. ¿Si tiene hijos en qué idioma les hablará?
R. En los dos, supongo. Con mi marido hablo en alemán y con el gato, como me lo traje de Barakaldo, hablo en español ¡Ja, ja, ja!

P. ¿Su marido no habla castellano?
R. Sí, lo habla muy bien. Confunde algún verbo, pero puede mantener perfectamente una conversación, aunque cuando nos conocimos hablábamos en inglés.

P. ¿Qué echa de menos de Barakaldo?
R. Mi familia, mi gente, las playas y la comida. La comida, muchísimo.

P. ¿No le gustan las salchichas?
R. Sí, me gustan. Estaría perdida si no me gustasen, precisamente vivimos al lado de Frankfurt. Pero los alemanes comen mucha carne y yo soy mucho de pescado.

P. ¿Y la cerveza?
R. No bebo alcohol. Pero, desde luego, todos los que vienen a verme desde Euskadi están encantados con el tamaño de las jarras de cerveza que se sirven aquí.

P. ¿Cada cuánto tiempo viaja a Barakaldo?
R. Muy a menudo, aunque depende un poco del año. Algunos voy todos los meses y otros cada dos o tres. Voy a ver a la familia y también por motivos de trabajo, para reunirme con clientas.

P. ¿Se plantea volver definitivamente algún día?
R. Por supuesto. De momento lo que me gustaría es poder vivir seis meses en Alemania y seis meses allí. Vivimos en el campo, y en primavera y verano todo se pone precioso. A mi marido le encanta España y como muchos alemanes sueña con jubilarse allí.

P. ¿Qué importaría de Alemania?
R. La limpieza, cómo la gente respeta la ciudad y no tira nada al suelo, y no sólo porque esté multado con 20 euros. Y el campo, las zonas verdes. En Barakaldo están todos los edificios demasiado juntos, haría falta más parques, aunque por supuesto me encantan los montes de Bizkaia.

P. ¿Qué le parecen los alemanes?
R. Son muy organizados, muy programados. Les falta nuestra capacidad de improvisación. Como se les descuadre algo, entran en 'shock'. Me gusta la facilidad que tienen de resurgir de sus cenizas como el ave Fénix. Realmente me encuentro muy a gusto con ellos, pero tengo el corazón dividido.

P. ¿Recomienda Alemania a los barakaldeses que quieran encontrar trabajo?
R. Sí. Tiene muchas posibilidades, aunque se necesitan idiomas, como mínimo inglés. Pero es importante saber alemán porque no te tratan igual si no lo hablas. Lo digo por experiencia. Si no aprendes alemán, dan por hecho que no quieres integrarte y no se molestan en hacerse entender. No son como nosotros, que nos desvivimos con los extranjeros que no hablan nuestro idioma.